jueves, 3 de octubre de 2013

Siempre volveremos a ser niños.

  Hoy he estado en un lugar que me trae muchos recuerdos. Aquel donde los niños juegan, corren, ríen o lloran porque se han caído, mientras sus madres los observan, participan con ellos en juegos o les regañan por subirse a un columpio demasiado alto, aunque sonríen porque en el fondo son lo que son, niños. Aquella dulce y pequeña inocencia en cada uno de ellos. Yo ya pasé esa maravillosa etapa. Ha habido en mi vida mil momentos diferentes y, a la vez, inolvidables. Cada uno con sus sonrisas o sus llantos, pero siempre rodeada de la mejor compañía. Ahora estoy sentada en un viejo banco, escuchando una dulce y cálida melodía a través de auriculares, reflexionando sobre la vida, mi vida. Deseando volver a esa inocente edad que se muestra ante mí y me hace sonreír. En cambio, la vida nunca se detiene y siempre nos prepara un día nuevo e improvisado. Observo a personas de todas las edades: niños, padres y parejas de ancianos que, tras tantos años juntos, nunca pierden ese espíritu joven y aventurero que llevan dentro. Lo más importante de todo, no es la edad que tengamos ni la etapa en la que nos encontremos, sino todo lo que hemos vivido y lo que nos queda por vivir. Hoy he estado en un lugar donde siempre volveremos a ser niños.


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