miércoles, 29 de enero de 2014

Capítulo 17: Un día de película.

 Un reloj con forma de claqueta marcaba las nueve de la noche. Bruno estaba recogiendo las cosas para salir. Mientras, yo me quedé observando ese reloj. Nunca antes me había fijado. ¿Qué hacía un reloj de ese estilo en una panadería? También me di cuenta de que la fecha estaba mal puesta. Caray, el año estaba mal, un poco más de veinte años atrás. ¡Tenía que decirle a Bruno que lo actualizase!

 Salió con Hugo del interior de la panadería, fueron apagando las luces y me abrieron la puerta. El cielo aún estaba oculto bajo una manta de nubes pero, por suerte, no llovía. Nos montamos los tres en el coche. Era increíble que ese fuera mi primer viaje, aunque nos dirigiéramos a un lugar cercano. Estaba muy emocionada. Iba en el asiento de atrás, viendo las nucas y el pelo de ellos dos. Sonreí, feliz, por todo lo que me estaba pasando. El coche era bastante lujoso y amplio. Me recordaba a aquel día que fui andando por las calles, soñando y mirando aquellas casas preciosas y esos coches que parecían tan caros. ¡En ese momento estaba en uno de ellos!

 Después de quince minutos, nos paramos, se bajaron y Hugo me abrió la puerta. Estábamos en una calle sin salida, donde había seis casas enormes, separadas por altos arbustos. No me podía creer que vivieran en una de ellas, estaba alucinando. Las casas estaban enumeradas del siete al doce. Introdujo la llave en la cancela número diez. Cuando estábamos dentro de ella, lo único que podía hacer era abrir bien los ojos y la boca. Ellos dos se rieron al verme. ¡Parecía incluso más grande que aquel orfanato! Diría que era de película. De hecho, había objetos y cuadros que me recordaban a algunas. Como la escena de una de ellas, bajó la señora Emma por las escaleras. Aunque iba vestida con ropa de casa, era muy elegante, preciosa, con unos ojos verdes que me miraban llenos de luz, delgada, con un pelo corto y rubio y una sonrisa muy bonita. En cuanto me vio, bajó las escaleras con un paso más ligero.
    -¡Tú debes de ser la famosa Nathalie, de la que tanto he oído hablar! – Me dio un abrazo más fuerte que el que me dio Bruno en la panadería.- Estoy encantadísima de conocerte, querida. Estaba segura de que él te convencería. –Miró a Bruno, sonrieron y se dieron un tierno beso en los labios. Se les veía muy enamorados.
    -Yo también estoy encantada, señora Emma. Un placer conocerla. También me han hablado mucho y muy bien de usted.
    -¿Usted? Por favor, llámame sólo Emma. Tan pequeña y educada, qué linda. –Me dio otro abrazo. La pronunciación inglesa le salía en algunas palabras, pero hablaba perfectamente español.- ¿Tienes hambre? La cena ya mismo estará lista. Voy a prepararte las cosas para un baño calentito, antes de cenar. Te sentará de maravilla.

 Hablaba tanto y tan rápido, que me hacía reír. ¿Estaba viviendo un sueño o estaba soñando una realidad? Mi verdadera aventura acababa de empezar pero, fuera lo que fuera, no quería que terminase nunca.


martes, 28 de enero de 2014

Ya no.

 El olor de tu pelo ya no el mismo. Tu sonrisa ya no aparece cuando tus ojos me ven.  Esos ojos verdes que un día me miraron, con el brillo más intenso que jamás imaginé. Tu perfume también ha desaparecido. Esos bailes lentos, en medio de la pista, los ha apagado la luz del lugar. Aquellos besos que nos dimos bajo la luz de la luna, los has olvidado ahora que sale el sol. Las cenas en restaurantes lujosos, se han convertido en cenas en las que me siento sola, cuando estoy contigo. La llama de mi fuego aún está encendida, pero la tuya… La tuya se fue apagando hasta que quedaron cenizas en tu interior.  Ya no me dices “te quiero”, ni con palabras, ni con la mirada, ni con expresiones o gestos. Ya no gritamos cantando nuestra canción preferida, cuando suena en la radio. Ahora gritamos, pero con peleas. Peleas por razones absurdas. Siempre llegas a casa enfadado, de mal humor y lo pagas conmigo, sin yo saber por qué.  No me explicas nada, sólo me gritas. Llevamos seis años juntos y jamás te he visto de esa manera. ¿Te has cansado de mí? ¿Ya no sientes eso que nos unió hace tanto tiempo? Sé que cuando dices que vas a trabajar, vas a ver a otra mujer. Es muy doloroso ver cómo sales de casa para entrar en la suya y vas a verla a ella. Tú crees que no me doy cuenta de nada, pero sí lo hago. Antes de todo esto, no me dejabas salir con mis amigos. Pensé que eras muy protector, pero no me importaba. Más tarde me prohibiste salir con mis amigas y ahora no me dejas salir de casa. Recuerdo un día en el que me enfrenté a ti. No podía dejar que controlaras mi vida o lo poco que me dejaste vivir de ella. En ese momento, te volviste loco y me pegaste en la cara. Estaba asustada, no te reconocía. No quería que me volvieras a pegar, así que me quedaba en casa, como tú me obligabas, mientras salías a beber con esa mujer y tus amigos. Cada día llegas más tarde y más borracho a casa. Incluso, hay noches en las que no apareces y yo, a pesar de todo, no puedo dormir porque estoy preocupada por ti. A veces, cuando algo en la casa no está limpio, no te sirvo la comida como a ti te gusta o no te doy todo el cariño que te apetece en el momento, te vuelves agresivo. Siempre intento razonar las causas de las discusiones, tranquilizándote. Empiezas tú y siempre las acabo yo, pero con un nuevo moratón. Una señal de que aquel maravilloso pasado se quedó atrás, temiendo al cercano futuro. Una señal de que me utilizas y ya no me quieres. Una señal de que eres un maltratador. 

 Te escribo en este papel para que, cuando estés lúcido, te des cuenta de todo lo que he sentido y soportado durante tanto tiempo. He derramado demasiadas lágrimas invisibles por ti. No sé si te importará, afectará o te dará lo mismo algo de todo esto, pero me da igual. Mientras tú estás ahora de fiesta con ella y, seguramente, inventándote otra nueva excusa en la que acabaremos igual que siempre, yo ya no estaré aquí. Necesito respirar y vivir muy lejos de ti. Me voy, ya no puedo más. Ya no me quedan fuerzas. Ya no te quiero. Ya no. 


lunes, 27 de enero de 2014

Capítulo 16: El primer abrazo sincero.

 ¿Qué responder? Miles de ideas atropelladas se me pasaron por la cabeza. Nunca me imaginé que alguien me preguntaría algo así.
    -No sé qué decir, Bruno. Me has pillado por sorpresa. Te lo agradezco muchísimo, pero soy un poco rara. La idea de formar parte de una familia, de tener obligaciones, de tener un hogar en el que me esperan cada día personas a las que de verdad les importo, es algo a lo que me costaría bastante acostumbrarme. Sois personas magníficas, de verdad, pero creo que no sirvo para estar entre cuatro paredes. Me he acostumbrado a la libertad.

 Había algo en mi interior que se burlaba de mí, porque sabía que, lo que estaba diciendo, no era cierto del todo. Mi sueño siempre había sido volar como un pájaro libre aunque también, en el fondo, a ese pájaro le gustaría tener un nido. Lo que me hizo decir eso a Bruno, por encima de todo, era la idea de estorbar, de molestar o que mi carácter y personalidad estropearan el ambiente y la historia tan bonita que tenía esta familia.

    -Pero Nathalie, ya es casi de noche y el tiempo está espantoso. Bueno, si quieres, puedo modificar el trato. Vendrás a alimentarte a nuestra casa, te ducharás y dormirás en el colchón más cómodo y calentito que tenemos, pero sólo serás una invitada. Vendrás como una amiga de Hugo, así que no tendrás ninguna obligación. El resto del tiempo puedes salir, pasear o hacer lo que quieras.
    -De acuerdo, Bruno. Aunque quiero que sepas que habrá un día en el que os seguiré viendo todo lo que pueda, pero me marcharé de la casa. Sólo estaré durante un tiempo, espero que no te importe. Normalmente no aceptaría una propuesta así pero, el tiempo que hace, el hambre tan grande que tengo y el dolor de espalda que se me va acumulando, me hacen decir obligatoriamente que sí.
    -¡Es una noticia fantástica! No sabes lo contenta que se pondrá Emma. Cuando te conocí, le hablé de ti y ella tenía la esperanza de que este día llegara. Ya sé que te lo he dicho muchas veces, pero eres alguien especial, Nathalie, nunca lo olvides.  Cuando lleguemos a casa, si no te importa, dormirás en una habitación con Hugo. Antes era una habitación para invitados, con dos camas pero, el día que llegó Hugo, la acomodamos para él y algún amigo suyo que viniera. Por la ropa no te preocupes, ya nos las apañaremos.

 Inexplicablemente, rompí a llorar. Fui corriendo a darle un fuerte abrazo. Sólo estábamos él y yo en la panadería. Hugo no había aparecido aún desde que fue a avisarle y a hablar con él. Bruno se quedó extrañado, pero me devolvió el abrazo. Demasiadas emociones acumuladas, mucho tiempo sola y el primer abrazo sincero, hicieron que no pudiera aguantar más. Era la primera vez que me sentía así. Ya tenía tres buenísimos amigos. Me sentía protegida, cuidada pero, sobre todo, querida, por primera vez. ¿Podían existir personas tan maravillosas como éstas? No. Pensé que esa noche no podría dormir. Era todo tan nuevo, increíble y alucinante, que cerrar los ojos sería una pérdida de tiempo.


martes, 21 de enero de 2014

Capítulo 15: Una propuesta inesperada.

 Estuvimos unos minutos más en el parque, pero había empezado a caer una pequeña llovizna y las personas se estaban yendo, así que nosotros también nos marchamos. Al salir de allí me despedí de él, pero él de mí no. Me agarró de la mano, impidiendo que me fuera.
    -¿A dónde vas? –Preguntó, aunque sabía la respuesta.
    - Hace unas horas te hubiera dicho que regreso a casa de mi tía pero, ya que nos hemos sincerado, regreso a mi callejón. No te preocupes, de verdad –Sonreí, aunque por dentro me sentía triste. Sería por ese cielo grisáceo.
    -¿Estás loca? No puedo dejar que te vayas allí otra vez. Ven conmigo, voy a hablar con Bruno.
 Por mucho que me había negado, él insistió y nos dirigimos de nuevo hacia la panadería de Bruno, aunque con un nuevo propósito. Por el camino empezó a llover más fuerte, así que al final fuimos corriendo hasta allí.
    -Caray, chicos, ¡venis empapados! Secaos con esto, voy a sacar la estufa. – Dijo, tan amable como siempre. Nos prestó una toalla a cada uno.

 Vaya, el pan se había mojado un poco, aunque no me importaba mucho. Ya lo había probado así algunas veces, pero esa vez me hubiera gustado comérmelo horneado y calentito. Era experta en comer pan bañado en agua de lluvia. Un bonito nombre para un sabor tan horrible. Sonreí por mi ocurrencia, cuando vi que Hugo se quedó pensativo y pasó por detrás del mostrador, en busca de Bruno. Me quedé sola, aunque no me sentía así. Ese lugar tan acogedor y estas personas tan encantadoras hacían que no me sintiera así por primera vez. En esos meses había estado engañándome a mí misma. Por mucho que quisiera evitar esos sentimientos de soledad y tristeza, los sentía y, aunque intentara ignorarlos, cada vez se hacían más grandes. Por suerte, al haber entrado en mi vida estas personas, me sentí totalmente diferente y feliz. Supe que algo iba a cambiar, que mi vida iba a avanzar. 
 Estaba tan sumida en mis pensamientos, que me asusté cuando Bruno apareció y me habló.


    -¿Tan feo soy como para que te asustes al verme? –Dijo riendo- Verás, Hugo no ha podido evitar contarme lo tuyo y me he quedado alucinado, Nathalie. Es increíble que una niña de ocho años haya pasado por esos días tan duros. Desde el primer día que te vi, supe que eras diferente. Tu mirada me transmitió una seguridad y ternura, que nunca había visto en nadie. Por eso me gustaría hacer un trato contigo. ¿Te gusta la idea de desayunar, comer, cenar, ducharte, ver la televisión y quedarte a dormir con tres nobles personas? -Me quedé alucinada, no sabía qué responder.- Nathalie, ¿quieres quedarte en nuestra casa el tiempo que quieras?


lunes, 20 de enero de 2014

Capítulo 14: ¿Y ahora qué?

 Me quedé alucinada, procesando toda la información. Vaya, al parecer no era la única que había tenido una infancia difícil. Yo no conocí a mis padres, pero él sí y vio cómo lo abandonaron en la calle. Eso es mil veces más duro.
    -Caray, no me lo esperaba. Al verte tocar con la guitarra pensé que tenías una buena vida con tu familia. Siempre de más pequeña creía que todas las familias de color eran músicos, cantaban o tocaban algún instrumento, como algunas películas que vi, pero la vida misma me está enseñando que la realidad es mucho más dura de lo que yo pensaba. Es una suerte que vivas con Bruno. Desde el primer día que lo vi, supe que era especial y ahora me has demostrado el por qué.
    -A mi verdadera madre no la veo desde aquel día, los echo de menos, pero en muy pocas ocasiones. Estoy muy contento con Bruno y  Emma. Aunque, bueno, creo que no has oído hablar de ella. Verás, es la madrastra más amable, dulce y cariñosa que nunca pensé conocer. Ella era de Jesmond, un pueblo de Inglaterra pero, al conocer a Bruno, lo dejó todo y se mudó con él aquí. Eran muy jóvenes cuando se trasladaron. Por aquel entonces ella tenía veinticuatro años y él veintiséis. En cuanto sus miradas se cruzaron, supieron que estaban hechos el uno para el otro. Se casaron pronto y, veintidós años después, siguen juntos.
    -Vaya, su historia es preciosa. Qué bonito, ¡parece de película!
    -Sí, bastante. Sigue en contacto con sus padres y tíos de Jesmond, pero sólo los ve unas cuantas veces al año, y nosotros dos viajamos con ella, ¡es divertidísimo! Trabaja en una escuela de música que está aquí en el pueblo, pero un poco lejos. Se va desde las siete de la mañana hasta las cuatro de la tarde y, cuando llega, nunca está cansada para darme algunas clases de guitarra o enseñarme canciones nuevas. También me prepara una comida exquisita, como de concurso. ¡Es una cocinera más que fantástica! Algún día la conocerás y te invitará a cenar, estoy seguro.
    -Con todo lo que me has contado, estoy deseando conocerla. Por cierto, Hugo, ya que nos estamos sincerando sobre nuestras vidas, yo tampoco he sido muy sincera. He de confesarte que, al contarme tu historia, no he sentido lástima por ti, sino que me he sentido comprendida. Mi vida, hasta ahora, también ha sido un poco complicada.

 Después de esas palabras, le conté el relato de mi vida. Dejó de tocar, y se sentó a mi lado. Conforme iba hablando, él se sorprendía, asentía, mirándome fijamente, y me escuchaba. Era la primera vez que alguien me escuchaba. Le había contado, en resumen, que me fugué, que no me quedaba dinero y que estaba durmiendo en un callejón.
    -Guau, tu vida también es increíble. ¿Y ahora qué vas a hacer?
    -No tengo nada planeado. No puedo trabajar, porque soy demasiado pequeña, y no me gusta pedir limosna. De hecho, tú eres el único que conoce mi vida. ¿Qué puedo hacer?
    -Querida Nathalie, yo conocí a Bruno en el momento más difícil de mi vida y, ahora, tú me has conocido a mí. Puedo ayudarte.
   

domingo, 19 de enero de 2014

Capítulo 13: El secreto de Hugo.

    -¿Qué secreto? –Pregunté curiosa.
    -Ups, creo que sí he metido la pata. No te preocupes, Nathalie, estoy seguro de que te lo contará más adelante, ¿verdad Hugo?
    -Sí, Bruno, se lo contaré si tanto entusiasmo tienes. Bueno, dale la barra de pan que nos tenemos que ir. –Respondió, impaciente por salir.
    -Aquí tienes, pequeña. –“Mi última barra de pan”, pensé.

 Le pagué y, como me temía, ya no me quedaba más dinero. Intenté no parecer desilusionada delante de ellos, para que no me preguntasen qué me pasaba. Nos despedimos y salimos de allí, mientras pensaba en qué podría consistir aquel misterioso secreto. No pude resistirme a preguntar:
    -Hugo, ¿de qué hablaba Bruno? ¿Qué secreto?
    -Ah, nada. Ya te lo contaré otro día.
    -¿Y por qué no ahora? Tengo mucha curiosidad. –Le puse la cara más dulce y buena que pude, parpadeando lentamente, haciéndole reír.
    -¡Sólo te conozco de un día! –Respondió, divertido.
    -Ya… Pero soy de confianza. Este será nuestro primer secreto compartido como amigos. Cuéntamelo, por favor, por favor, por fa, por fi. –Noté que estaba a punto de decírmelo-. ¡Por favor!
    -¡Vale, vale! Pero cállate, por favor te lo pido. Te lo contaré cuando estemos en el parque.

Sonreí orgullosa. Objetivo cumplido. Le cogí de la mano y lo llevé, casi arrastrando, hasta el parque. Cuando llegamos, nos colocamos donde lo conocí y, aunque el día estaba nublado, había algunos niños con sus padres. Dejó la funda en el suelo, abierta para las propinas. Se colocó la guitarra y empezó a tocar. Estaba impaciente, sentada en el suelo escuchando la melodía, a la vez que esperaba la noticia.
    -Verás -comenzó a decir-, mientras caminábamos hacia la panadería, hemos estado hablando sobre algunas cosas de nuestras vidas, pero no he sido del todo sincero. No le he contado nada de mi vida a nadie y es increíble que te lo vaya a decir a ti, sin conocerte a penas, pero he de admitir que me transmites una confianza especial. Bueno allá va. A Bruno lo conocí cuando tenía siete años, pero no de haberle comprado pan. En verdad, nunca le he comprado nada. Te lo voy a contar todo desde el principio, pero no quiero que sientas pena por mí. Yo tenía una familia. Tenía seis hermanos y yo era el mediano. Mi madre trabajaba como señora de la limpieza, cada día y cada noche. Mi padre murió en un tiroteo que hubo en un callejón. Aquel barrio en el que vivía antes era horrible. Mis dos hermanos mayores se fueron a ganar algo de dinero. Éramos demasiadas personas en la casa para tan poco dinero y a mí... A mí me abandonaron, con seis años, en la calle. Intenté sobrevivir como pude. Después de un año, apareció en mi vida Bruno. Cuando pasó un poco de tiempo, le conté mi historia y me confesó que él y su mujer no podían tener niños, pero deseaban tener uno con toda su alma. Después de unas semanas, me preguntó si quería formar parte de su familia, si yo quería que él fuera mi padrastro y acepté sin pensármelo dos veces. Ahora tengo diez años y no me arrepiento para nada de aquella decisión, porque es una persona especial, diferente. Es lo mejor que me podría haber pasado nunca.


viernes, 17 de enero de 2014

Aquellos días de verano.

 Recuerdo aquellos días de verano que tantos años pasamos a tu lado. Los añoro tanto... 
Siempre nos protegías, nos abrigabas para que no tuviéramos frío. Nos ponías más comida en el plato cuando estábamos embobadas mirando la televisión y veíamos que comíamos, pero el plato seguía igual o un poco más lleno. Cuando nevaba... Cuando nevaba, era especial. Dormíamos y nos despertabas haciendo el sonido de los indios con la lengua, nos quejábamos pero, cuando veíamos tan bonito paisaje, el sueño desaparecía. Te encantaban los días de nieve. Contigo pasamos la mayoría de nuestra infancia, una infancia en la que no nos faltó de nada, gracias a ti. Nos diste tu cariño, dulzura, comprensión, tus besos sonoros en el moflete, de mariposa con los ojos y muchos más que nos enseñaste pero, sobre todo, nos diste todo el amor que pudiste. Con el tiempo fuiste enfermando, cada vez estabas peor. Dolía ver cómo mi heroína se iba derrumbando ante mis ojos, luchando contra una enfermedad. A veces, no te acordabas de tu nombre o de los de tu familia, pero jamás nos alejamos de tu lado. El dolor de huesos, el Alzheimer y la edad, fueron pudiendo contigo. En tus últimos días, estabas tumbada en la cama y yo me senté a tu lado. Aunque no te acordaras mucho de mí, me cogiste la mano y me sonreíste de la manera más tierna y preciosa que jamás vi. Las lágrimas se peleaban por salir, pero me mantuve fuerte, porque no quería que me vieras llorar. Algunos días después, te fuiste. Te apagaste lentamente, como el fuego de una vela consumida por el tiempo. El día de tu fallecimiento, fue el único día del año que nevó en la ciudad. El cielo te hizo un precioso homenaje y llenó de blanco el día más negro de mi vida. 

Cómo me gustaría volver a abrazarte, decirte lo que me faltara por decir, cogerte de la mano por última vez, tocar tu suave piel, ver de nuevo esas arrugas tan bonitas que escondían tantas historias del pasado pero, aún así, tengo la suerte de volver a verte en mis sueños. Espero que estés bien allá arriba, y que sea quien sea, te cuide muchísimo, como tú hiciste con nosotras. Cómo añoro aquellos días de verano pero, sobre todo, cómo te añoro a ti, abuela. Cuando mire al cielo, como decías, la estrella más brillante serás tú.  Nunca te olvidaré. 

Te quiere, tu nieta.



miércoles, 15 de enero de 2014

Capítulo 12: Buscando una canción perdida.

 ¡Qué gran diferencia había entre aquel cartón y ese colchón! Poco a poco iría cogiendo objetos útiles y formaría una casita en la callejuela. Ya se me acabó la comida que había comprado en el supermercado. Tenía que ir otra vez, pero era domingo. ¿Estarían las tiendas abiertas? Empecé a andar por los alrededores. Efectivamente, las tiendas y supermercados estaban cerrados. Podría ir a la panadería de Bruno, si tenía suerte, quizás estuviera abierta. Seguí mi camino. El día estaba nublado, no me gustaba. Se veía todo de color gris apagado, me entristecía. Cuando pasé por al lado del parque, miré de reojo el lugar donde se encontraba Hugo aquel día, pero esta vez tampoco estaba. Mis esperanzas de volver a verlo iban disminuyendo cada día. Crucé un semáforo, anduve por una calle, giré a la derecha y esperé en otro cruce. De pronto, mis oídos oyeron, a través del ruido de los coches, aquella canción que escuché una semana antes. ¿Sería él? Me emocioné y me dejé guiar por esa melodía a través de las calles. Empecé a acelerar mis pasos. Cada vez la oía más y más cerca. Estaba corriendo, buscando una canción perdida. Giré una esquina y me choqué de bruces contra alguien. Caí al suelo. ¡Qué dolor! Me empecé a mirar las manos y las rodillas, hasta que escuché esa voz conocida.
    -¿Nathalie?
 De pronto, miré a la persona con la que me había chocado.
    -¡Hugo, eres tú! Cuánto tiempo sin verte,  ¿cómo estás? Hace más de una semana que no te veía. ¿Qué tal todo? -Él se empezó a reír porque no paraba de hablar, nerviosa.
   -Lo primero, ¿cómo estás tú? Te has dado un buen porrazo. –Respondió preocupado pero, a la vez, divertido por la situación.
    -Eh… Bien, tengo un pequeño rasguño pero no es nada.
    -¿A dónde ibas tan corriendo?
    -Bueno, estaba…Buscaba… Iba a la panadería de Bruno, un amigo. –No sabía qué decirle, (“escuché tu canción y pensé que te volvería a ver, estaba demasiado emocionada”).
    -¿En serio? La conozco. Yo acabo de terminar de tocar mis canciones y me iba a dirigir ahora mismo hacia allí. Aunque, para tu información, esa panadería está en dirección contraria a la que ibas tú.
    -Ups, qué despiste. –Esperaba estar pareciendo una chica normal y no una chica despistada, que se chocaba con las personas- ¡Vayamos juntos entonces!

 Por el camino fuimos hablando, contándonos un poco de nuestras vidas. Aunque no me gustaba empezar mintiendo, lo hice. Le dije que vivía en una pequeña casa con mi tía, la cual me había mandado a comprar pan. No sabía por qué no me atrevía a contarle la verdad. Tal vez cuando nos conociéramos más y tuviéramos más confianza. Llegamos a la panadería de Bruno que, para mi sorpresa, estaba abierta. ¡El camino se me había hecho cortísimo!

    -¡Vaya, vaya, qué ven mis ojos! Hugo y la encantadora Nathalie. Ya la echaba de menos, señorita.
 ¿Ya se conocían Bruno y Hugo? No me extrañaba mucho, el pueblo no era muy grande. Había pasado el tiempo, pero Bruno seguía tan alegre y vivaz como el día que lo conocí.
    -¡Hola!
    -Hola Bruno, cuánto tiempo. –Respondimos Hugo y yo a la vez.
    -¿Qué te trae por aquí, Nathalie? Quieres una barra de pan, ¿verdad?
    -Sí, por favor.
    -Perfecto. Bueno, ya veo que os conocéis. Me lo imaginaba. Hugo, no sé si meteré la pata pero tengo curiosidad. ¿Le has contado “tu secreto”? -Bruno hizo el gesto de las comillas con los dedos.
    -No.


Me quedé extrañada. ¿Qué secreto escondía Hugo? Esperaba descubrirlo.


martes, 14 de enero de 2014

Carta de amor: Globos rojos.

  Querida mamá:

 Es el peor día de mi vida. ¿Por qué te has tenido que ir tú y no yo? Es injusto. Me duele tanto recordar aquel día...
  
Íbamos tú y yo en nuestro pequeño coche por una carretera, cantando nuestra canción favorita. Éramos felices, el presente nos sonreía. En un cruce, en el que nos tenían que ceder el paso, vimos cómo un coche se acercaba rápidamente hacia nosotras. Lo teníamos casi encima y no pudimos hacer nada para esquivarlo, no nos dio tiempo. Aquel maldito coche chocó en tu lado, arrebatándote la vida. Todo pasó muy rápido. Unos segundos antes del accidente, me protegiste con tu cuerpo y yo, con los ojos llenos de lágrimas, escuché tus últimas palabras: "Te quiero, hija". Moriste en el acto. Mis ojos se fueron cerrando lentamente.

 Hoy los he abierto y me encuentro en un hospital. Me duele la cabeza, tengo una pierna rota y algunos morados, con aspecto grave, en el rostro. Nada de eso me importa, porque mi verdadero dolor no lo puede detectar ningún médico, ya que es interno. Es un sentimiento, el de tu pérdida. Es el sentimiento más horrible que jamás pensé sentir.

 Mamá, te echo de menos, no quiero ni puedo vivir sin ti. Me siento muy sola. ¿Qué hago ahora, si no hay persona en el mundo capaz de sustituirte? Sacrificaste tu vida por mi, en un abrir y cerrar de ojos, pero por desgracia tú no conseguiste abrirlos de nuevo.

 Me has enseñado tantísimas cosas en esta vida, que de pequeña creía que eras una súper heroína, salvando al mundo con pequeños pero, a la vez, enormes gestos de bondad, nobleza y solidaridad. Contigo aprendí los secretos para sobrevivir y ser feliz en esta dura realidad. Con esfuerzo, sudor y lágrimas escalamos juntas la montaña de la felicidad. Aún no había ninguna bandera hincada de alguien que hubiera conseguido llegar hasta la cima pero, mamá, nosotras sí lo conseguimos. Me mantuviste allá arriba todos los años de mi vida y ahora he bajado, en un segundo, al más profundo subsuelo de la tristeza. También me enseñaste que la felicidad no me la va a regalar nadie, sino que siempre está en mi interior y debo luchar por lo que quiero para encontrarla. ¿Contra quién o qué tengo que luchar para encontrarte a ti y volver a ser feliz?

 Es tan inmenso el amor que siento por ti, que ni un millón de cartas serían suficientes, pero empezaré por esta. Cada día te enviaré una a través de un globo rojo, tu color preferido, el del amor. Te iré informando sobre mis sentimientos, mis estados de ánimo, mis progresos, mi primer novio, mi primer empleo,  mis amigos, mis penas y mis alegrías, mi boda, mi marido, mis hijos y mis nietos.

Gracias por haber sido mi maestra de la vida, la psicóloga que me ha hecho ser quien soy, por ser la cocinera más buena del mundo, la mujer más trabajadora que he conocido nunca y todo por mí, para darme la mejor vida posible. Muchas gracias por ser mi mejor amiga, mi hermana y mi confidente pero, sobre todo, debo darte las gracias por ser mi madre. Si los profesores me preguntan qué quiero ser de mayor, les diré que quiero ser como tú.

 Te quiere y nunca te olvidará, tu niña pequeña de quince años.

 PD: La gente verá el cielo lleno de globos rojos, pero sólo tú y yo sabremos la razón.


domingo, 12 de enero de 2014

Capítulo 11: Prefiero la libertad.

 Pasó una semana desde que conocí a aquel chico tan majo. La comida la iba comprando en un supermercado, no muy lejos del callejón, pero cada vez me iba quedando menos dinero. Sólo compraba pan, una botella de agua, y algún alimento. Con esto intentaba aguantar el máximo tiempo posible. Aunque tuviera mucha hambre, los mordiscos o sorbos que daba eran pequeños. Poco a poco, me fui encontrando algunos objetos como mantas, un cojín viejo y un colchón pequeño, pudiendo tirar, por fin, aquel frío y fino cartón. Me sentí la persona más afortunada del planeta cuando encontré todas estas cosas. Cosas viejas de las que la gente se cansa, no les gustan o se han roto un poco pero que, para otras personas, poder tenerlas es otro mundo. En esa semana, de vez en cuando, iba a aquel parque para ver si veía a Hugo, pero no estaba. Me desilusioné. ¿Y si me había equivocado y no lo volvía a ver? Qué fallo, tendría que haber hablado más con él y no hacerme la interesante yéndome. Aunque bueno, nunca hay que perder la esperanza.

 El lugar donde me encontraba era un pueblo. No había cabras ni nada de eso. Había supermercados, parques, tiendas, muchas casas con una fachada preciosa, coches alucinantes y, aún así, era pequeñito y acogedor. Desde que me escapé, dos meses atrás, me había estado cruzando con las mismas personas hasta que ya se hicieron rostros conocidos. Me gustaba imaginar sus vidas y nombres, en un segundo. Alguna que otra me saludaba por el camino, y yo le correspondía pero sólo con un “hola”. Prefería que nadie me preguntara ni supiera nada de mi vida. No quería darles pena, ni que me ofrecieran un hogar para vivir y, ni mucho menos, que llamaran a la policía para que me llevaran de vuelta al orfanato. Que me acogieran en una casa, con personas que me mirasen raro o que sintieran lástima por mí, era algo que no soportaba. Prefería la libertad, ir aprendiendo de la vida por mí misma, cometiendo errores y sabiendo sobrevivir a la dura realidad. Si conseguía esto, en el futuro, nada podría derrumbarme. 

 (Aunque Nathalie así pensara, no se imaginaba lo que el futuro le depararía. La vida da muchas vueltas y siempre te intenta poner a prueba, en el momento menos esperado).


XI concurso de "Cartas de amor".

 Te quise, te quiero y te querré.

 Era feliz, pero notaba que faltaba algo en mi vida. Quizá ese vacío lo rellenaba yo misma con cosas materiales, aunque era inútil. Ese vacío sólo podías completarlo tú, nada se comparaba a ti. 


 Nos conocimos en el mejor momento, pero tenía miedo. Éramos amigos, sin embargo,  me gustaste desde el primer momento. Tu sonrisa era tan bonita que me enamoré perdidamente de ti. No tenía el valor suficiente para pronunciar dos simples palabras, pero llenas de sentimiento: te quiero. Dos palabras que podrían cambiarlo todo aunque, el miedo a no saber de qué manera cambiaría, me mataba por dentro.


 Nos hicimos mejores amigos, poco a poco nos unimos más. Comenzaron las llamadas para contarnos cualquier tontería, para reírnos, cada uno en su habitación, y para temer a las facturas telefónicas.


 Más adelante, comenzaron las salidas. Tomamos el mejor café que habíamos probado nunca y, desde entonces, siempre fuimos a ese lugar. Conocí a tu grupo de amigos y me presentaste como tu mejor amiga. “Mejor amiga”, unas palabras extremadamente duras cuando estás locamente enamorada de alguien. Les caí muy bien y me invitaste a salir con vosotros más veces. Cada día te veía más, a la vez que me enamorabas más, si era posible.


 Incluso nuestras familias se conocieron, ya que tú y yo no parábamos de vernos. Me hacías regalos preciosos y yo a ti. Tuvimos todos los detalles que una pareja se hace sólo que, tristemente, siendo mejores amigos.


 Te surgió un viaje y te tuviste que ir. En el aeropuerto me dijiste: “Gracias por todo, por estar siempre ahí a mi lado y apoyándome”. Eché de menos un “te quiero” por tu parte, ya que yo no me atrevía. Te abracé con toda la fuerza que me quedaba y me fui corriendo. No podía soportarlo más, no podía mirar atrás una última vez. Deseaba que fuera la penúltima.


 Cada noche me preguntaba, entre lágrimas, si alguna vez te llegué a gustar. Si sentiste algo, algún sentimiento por pequeño que fuera, cuando te abracé y me fui de allí todo lo rápido que mis piernas me permitieron. Si sentiste dolor, tristeza, nostalgia o algún sentimiento de amor por mí.


 En tu viaje me enviabas mensajes, me llamabas y alguna que otra carta me llegó. Pero no podía responderte a nada. No podía porque me dolía. Tú allí y yo aquí. Simplemente, moría cada día que no te tenía a mi lado.


 Un día empezó a llover muy fuerte. Me quedé en casa, tumbada en la cama y abrazada a un cojín, rodeada de pañuelos, a causa de mis lágrimas. Batí el récord en echarte de menos. De pronto, la puerta sonó. Alomejor era el cartero para entregarme alguna otra carta tuya. Estuve un minuto sin moverme de la cama, sin ganas de nada. Alguien insistía, llamando a la puerta cada vez más fuerte. Hice un esfuerzo por levantarme. Caminé por el pasillo y la abrí. Me quede asombrada. ¡Eras tú! Estabas completamente mojado por la lluvia, con la flor más bonita del mundo, con esa sonrisa tuya que me enamoró y con unas palabras que salieron de tu boca y que jamás en mi vida podré olvidar:


    -He intentado alejarme, por miedo a lo que sentía. En aquel viaje, sin saber nada de ti, sin verte cada día y cada noche y sin escuchar tu voz, me di cuenta de que estoy tan enamorado y que no puedo vivir sin ti.


 Me quedé alucinada. Las palabras no podían salir de mí, ¿era todo esto un sueño? Mi duda se resolvió cuando me besaste y me dijiste: ¡TE QUIERO!


 Y aquí estoy yo, una loca enamorada, escribiéndote mi primera carta de amor, plasmándote en letras mis sentimientos.


 Soy realmente feliz y noto que lo tengo todo en mi vid
a. Te tengo a ti.

 PD: Nunca me cansaré de decirte “te quiero”.

miércoles, 8 de enero de 2014

Capítulo 10: Personas especiales.

    -¿Por qué me estás mirando así? ¿No tienes nada mejor que hacer? Si tienes algún problema conmigo, con mi color o con mi música, ya te puedes ir. -Me miró muy  serio y siguió tocando sus canciones.
    -¡Caray, qué carácter! Pues, chico, lo siento mucho por ti pero sólo por eso me has caído bien y me voy a quedar aquí escuchándote. ¿Cómo te llamas?
    -¿Sabes que eres un poco rara?
    -Sí, ese siempre ha sido mi mote, pero ¿sabes? Ser rara es lo mejor del mundo.
Observé que se rió. Me levanté del suelo, enfadada,  y empecé a andar, sin decirle  nada.
    -¡Me llamo Hugo! ¿Y tú?
Escuché que alzaba la voz para decírmelo, antes de que ya no consiguiera escucharle. Sonreí. Me paré, me di la vuelta y le respondí:
    -¡La chica rara a la que algún día  volverás  a  ver!
 Me volví a girar y me fui a un paso rápido. Salí del parque y me escondí detrás de la esquina, asomando un poco la cabeza, observándole. Seguía tocando la guitarra pero ya no estaba serio, como antes. Ahora estaba sumido en sus pensamientos, riéndose, tal vez por haber conocido a una chica diferente. Esperaba haberle caído bien.
 En el orfanato, las niñas que creían saberlo todo sobre los chicos, decían que para caerles bien había que arreglarse, ponerse guapas y maquillarse. Sabía que no era cierto. Sabía que con ser una misma  era más suficiente.
 Caminaba feliz por haber hecho mi segundo amigo. Te preguntarás cuál es el primero. El primero fue Bruno, aquel hombre que conocí hacía dos meses en la panadería, el cual me pareció una persona especial. Quizás Hugo también lo fuera.

 Hubo instantes de mi pasado en los que todo me parecía igual. Los segundos, los minutos, las horas, todo era interminable. Sin esperarlo, conocí a alguien lleno de luz, de vida y de alegría. Estaba segura de que, en los siguientes momentos de mi vida, estarían conmigo personas especiales. ¿Les volvería a ver otra vez? Eso esperaba, porque veía muy de cerca la felicidad con la que siempre había estado soñando.


martes, 7 de enero de 2014

Capítulo 9: Distintos puntos de vista.

 Pasaron dos meses desde que encontré aquel callejón donde protegerme del frío. Durante esas semanas, estuve comprando lo justo para comer, sin caprichos. De vez en cuando, por las mañanas, salía a dar un paseo por los alrededores. Miraba un gran restaurante a través de sus cristales, observando a familias felices, saboreando  la comida y riendo. En ese momento me entraba un instante de melancolía pero, rápidamente, la sustituía por un pensamiento: “¿Por qué estás en esta situación? Porque yo decidí elegir mi propio camino y mi propia vida. ¿Qué debes hacer, Nathalie? Dejar de pensar en mis padres cuando miro a los de los demás niños. ¿Por qué? Porque quiero dejar mi pasado atrás para poder ser feliz”. Siempre me repetía eso a mí misma cuando mis fuerzas decaían. Yo era mi propio impulso para seguir adelante y así, con los días, semanas y meses, me hice más fuerte.

 Aquel era un nuevo día. Me sentía renovada, con energías, aunque con dolor de espalda por el suelo tan duro y frío del callejón, pero intentaba ignorarlo. Me dirigí hacia el parque donde perseguí por primera vez a las palomas. Aunque hacía un poco de frío, el sol llenaba de luz y calor todo lo que tocaba. Me tumbé en el césped, húmedo por la lluvia del otro día, pero acogedor. De pronto, llegó a mis oídos el sonido de un instrumento. Me pareció que era una guitarra, pero no estaba segura. Era tan bonita la melodía que estaba sonando, que me levanté y me dejé guiar por ella, hasta encontrarla y descubrir quién era esa persona misteriosa que estaba interpretando una música tan bella. Por fin llegué a mi destino, llena de curiosidad. Me encontraba delante de un niño tocando, como yo creía, la guitarra. Pero no era un niño como los que había visto de pequeña. Era un niño negrito. Seguramente sería un poco más mayor que yo, dos o tres años más.
 En el orfanato escuché muchas cosas malas sobre las personas de color. Decían que no eran de fiar, que robaban y que eran diferentes a nosotros. Yo nunca les creí. Aunque no hubiera visto a ninguno, sabía que no era verdad. ¿Por qué tenía que ser alguien malo sólo porque no era de nuestro mismo color? 

 Era la primera vez que veía a un negrito y estaba muy emocionada. Deseaba conocerle y hacernos amigos. Observé que tenía bastantes monedas en la funda de su guitarra. Era muy bueno. Me senté delante de él, con las piernas cruzadas y la cabeza apoyada en mis manos, sonriendo. El niño, mientras tocaba, me miraba extrañado y me hizo una pregunta que nunca se me olvidó.


viernes, 3 de enero de 2014

Capítulo 8: Llega la oscuridad y el frío.

Volvamos a la parte en la que me despedí de Bruno.

 Salí por la puerta, sumida en mis pensamientos cuando, de pronto, el frío me congeló la cara. Era invierno. La gente llevaba bufandas, guantes y gorros, iban bien abrigados. Yo sólo llevaba puesto un chaquetón con gorro, por suerte, y unas botas medio altas. El frío traspasaba mi ropa, queriendo hacerme temblar, pero no lo conseguía. Al menos lo que nos ponían en aquel orfanato era de buena calidad.

 Esa era la primera noche que me quedaba en la calle a dormir. ¿A dónde iba? En los parques hacía demasiado frío. Tendría que ser en algún lugar más o menos cerrado, estrecho o algo por el estilo. Iba andando por la calle. Cada vez me iba alejando más de aquella panadería tan peculiar. Observé a mi alrededor, buscando un lugar donde pasar la noche. Estaba cansada, habían sido demasiadas emociones en aquel día. En un contenedor de reciclaje de cartones, sobresalía uno más o menos grande. Me acerqué y lo saqué. Sí, suficientemente grande como para acurrucarme y no tocar el suelo tan frío. A continuación, busqué el lugar. Caminando, vi un callejón a mi izquierda. Me adentré y, con un poco de miedo ya que la oscuridad empezaba a invadirlo todo, observé que no hubiera ninguna otra persona allí, para poder dormir tranquila, dentro de lo que cabía. Tras unos tensos minutos, me di cuenta de que no había nadie, así que puse el cartón en el suelo. Me senté y me apoyé en la pared. De pronto, escuché unas voces al fondo del callejón. ¿Personas? ¡Pero si no había nadie! Me escondí detrás de un cubo de basura, intentando averiguar lo que pasaba. Sí, son personas. Escuché que estaban saliendo por la puerta de un edificio. Había dos voces, una de hombre y la otra de mujer. El sonido de las ruedas de unas maletas, rompieron el silencio de la noche. Charlaban y reían, parecían felices. Escuché que bajaban una persiana demasiado ruidosa, pesada, y echaron un candado. Cuando estas dos personas se marcharon y el silencio volvió a invadir el callejón, me senté otra vez en el cartón, mirando en dirección hacia aquel lugar. Eso no podía ser un edificio. Una puerta excesivamente ruidosa para una casa. ¿Podría ser una cochera? ¿Un almacén, tal vez? Quizá. Poco a poco y sin darme cuenta, mis párpados se fueron cerrando y me quedé completamente dormida.

 

jueves, 2 de enero de 2014

Capítulo 7: Mi lugar de reflexión.

 Y aquí sigo, tumbada en el colchón más limpio que encontré y con una vela que tiraron a la basura, pero a la que aún le queda luz para poder iluminar. Este es mi lugar de refugio y de reflexión, donde voy recordando mi infancia y mi vida. Todo lo que me viene a la memoria lo estoy plasmando en este papel, a lápiz, con una letra irregular pero legible. Como ya te dije al principio, tengo trece años. Este es mi mejor entretenimiento. No escribo para nadie, sólo para mí. Quizás, si alguien leyera mi historia, le gustaría y me haría famosa. Me haría amiga de escritores muy famosos como  Isabel Allende, Gabriel García Márquez y muchos más pero, siendo realista y volviendo a la Tierra, no creo que nadie lea estos papeles, escritos por una niña a la que aún le quedan mil cosas por vivir y por desear, aunque ganas no le faltan. 

 Aprendí a leer más o menos en el orfanato. Recuerdo que, después de fugarme, lo primero que leí fue un periódico viejo. No me importaba que las noticias fueran antiguas, sólo quería seguir leyendo a la vez que me informaba de todo lo que pasaba a mi alrededor. Hubo un artículo del periódico que me llamó mucho la atención; un relato de una mujer en el que contaba una parte interesantísima de su vida y, en ese momento, me pregunté “¿por qué no escribir yo la mía?”. Esta historia comienza desde los ocho años, mi pasado, hasta los trece, mi presente. Realmente me gustaría poder seguir escribiendo mi vida en el futuro. ¿Qué será de mí dentro de cinco años? Si alguien me lee en el futuro, lo descubrirá también.

 Son las siete de la tarde. Estoy relajada, escuchando a los pájaros que cantan de vez en cuando. ¿Y ahora qué puedo hacer? De pronto, llaman con fuerza a la puerta del almacén. Me sobresalto y doy un pequeño grito. ¿Quién será? Me dirijo a la puerta y abro.
    -¡Hola Nathalie! ¿Cómo estás?
    -¡Hola Hugo! Qué alegría me da siempre verte.
Exclamo antes de darle un gran abrazo. 

 ¿No te he contado quién es Hugo? Tendrás que descubrirlo más adelante.