domingo, 30 de marzo de 2014

Un desayuno.

 Como cada mañana, Marina coge su portátil. En el bolso mete las llaves, el monedero y el móvil. Va vestida con una sudadera, vaqueros y unas cómodas zapatillas. Antes de salir de casa se mira en el espejo y se hace un moño rápidamente, aunque es de ese tipo de chicas que cualquier peinado le queda bien. Se pinta una ligera raya negra en los ojos y se pone los auriculares, dirigiéndose hacia el bar.

 Aunque Marina tiene veinte años, siempre pide un colacao, ya que no es muy fan del café. Siempre había bromeado con sus amigas de que no había salido con ningún chico porque todos le habían invitado a tomar un café y no a un colacao. Era cierto, no sabía por qué exactamente, pero no había salido con nadie nunca. Tiene muchos amigos, ya que es la más extrovertida de todas pero, para ella, tener novio no es algo necesario en la vida. Dedica su tiempo a escribir para una columna del periódico en la que, afortunadamente, puede hacerlo sobre cualquier tema en el que esté cómoda y le guste. No gana mucho dinero pero, escribir, es algo que ama. Ella es alta con los ojos verdes, un pelo largo de color negro azabache y la sonrisa más bonita de todas, según le decían los chicos. Aunque siempre ha recibido muchos halagos, ella se siente una chica más del montón y, lo que siempre la ha caracterizado, ha sido su humildad y las ganas de poner su granito de arena en el mundo.

 Mientras camina, cantando en su cabeza, se detiene en un semáforo. Cuando se pone en verde para las personas, baja de la acera y da un paso pero, en un segundo, una moto pasa a escasos centímetros de ella, sin detenerse. Asustada, se echa hacia atrás y empieza a gritarle. A Marina le da tiempo a memorizar su matrícula y el rostro del muchacho ya que, al menos, ha mirado hacia atrás para saber qué ha pasado al escuchar los insultos de una joven. Cabreada, cruza el semáforo y sigue su camino. Odia a ese tipo de chicos. Esos con chaqueta de cuero, camisa blanca marcando su musculatura y corriendo en su gran moto negra, como si fueran los reyes del mundo. De hecho, las películas en las que el protagonista es de ese prototipo, que son la mayoría, no las ha visto por ellos. A sus amigas siempre le han vuelto locas esos chicos, pero ella es diferente. Aquel tipo ya le ha fastidiado la mañana, pero espera poder despejarse en el bar mientras escribe. Dobla la esquina de la calle y ya se va acercando a aquel bar. Cuando está a punto de entrar, ve en el aparcamiento aquella fastidiosa moto negra. Se acerca a ella para ver la matrícula mejor. Efectivamente, ese muchacho está allí.
    -¿En serio? ¿No podía haber ido a otro sitio? –Dice Marina resignada, hablando sola.
Al principio piensa en marcharse e ir a otro bar pero se niega y entra con fuerza.
    -¡Hola Eric! Dice intentando no mirar a su alrededor, evitando ver al chico de la moto.
    -¡Hola preciosa Mar! ¿Qué tal el día?
    -Mal, casi me atropella un chalado en moto –Responde, sentándose en el asiento de siempre, al lado de la ventana.
    -Qué poca vergüenza y respeto tienen hoy en día. ¿Estás bien?
 Marina asiente, sacando su portátil. Eric es el camarero y tiene un año más que ella. Como todas las mañanas va a escribir allí, se han hecho grandes amigos. Cuando ya está encendido, continúa el texto que dejó ayer a medias, mientras Eric atiende otras mesas. De pronto, Marina ve al odioso niñato bajando las escaleras de caracol del bar, el cual tiene dos plantas.
    -Adiós tranquilidad –dice para sí.
Él fue a pagar en la barra. Cuando Eric termina de atender las mesas, se adentra en la barra y, mientras le cobra, le pregunta:
    -¿Qué tal el día Dani? –Esa era su pregunta de siempre.
    -Pues no estoy seguro, la verdad. Cuando venía hacia aquí casi atropello a una chica bastante guapa –le dice con un guiño a Eric-, pero con bastante carácter. Empezó a insultarme, aunque la comprendo. Es una anécdota de mi día –añade riéndose.
 Eric se sorprende al ver que la chica es Marina, la cual lo ha escuchado todo. Ella, sin poder resistirse, se levanta de su asiento muy cabreada y se dirige hacia Daniel.
    -Perdona, ¿sabes que casi me atropellas con tu estúpida moto? –Él se sobresalta al escucharla de repente-. ¿No sabes que hay normas de circulación? ¿Eres daltónico y no sabes diferenciar entre rojo y verde o qué te pasa? –Dijo Marina, sin esperar sus respuestas.
Él se queda alucinado al ver su belleza, naturalidad y carácter.
    -¿Quieres que nos sentemos y lo discutimos, preciosa?
    -Pero, ¿de qué vas chaval? Qué prepotente, no me lo puedo creer. Eric me voy, no aguanto más –dice al límite de sus nervios.
    -Esto… Perdona. Es que me he puesto un poco nervioso. No te vayas, en todo caso yo ya me iba. Lo siento por lo de antes, la próxima vez miraré mejor las señales de tráfico. –Dice Daniel mirándola fijamente a los ojos, muy de cerca-. Por cierto, no soy daltónico ya que veo que tienes unos ojos verdes preciosos. Hasta luego Eric –abre la puerta del bar y se marcha.
Marina se queda mirando la puerta por la que ha salido. Está asombrada por la sinceridad, quizás, de Dani. No es tan prepotente como parecía.
    -Es muy buen chico, Mar. Puede que te parezca un chulito pero, si lo conocieras más, incluso te gustaría. –Dice Eric, mientras lava unos vasos-. Él también viene aquí a menudo y siempre se sienta arriba. Aunque te parezca mentira, no es un mujeriego. Yo lo conozco bastante y sé que le has gustado –añade con una gran sonrisa.
    -Ay, Eric, no sé. No me fío. Bueno, voy a terminar el texto –le responde Marina, un poco confusa por todo.

 Cuando se sienta, no puede evitar buscar a aquel chico con la mirada, a través del cristal, hasta que lo ve. Está montado en su moto, sin encenderla. Dani coge su móvil, escribe algo y la arranca. Asombrada por ella misma, Marina se da cuenta de que es la primera vez que un chico le atrae y le gusta. Niega con la cabeza e intenta concentrarse, mirando al ordenador. Sin esperarlo, aparece Daniel encima de la moto, delante de su ventana. Ella lo mira, extrañada. Dani pone su móvil pegado al cristal y Marina lee lo que hay escrito: “¿te puedo invitar a algo?”. Él junta sus manos, pidiendo su aceptación. Ella sonríe sin que se dé cuenta y escribe en su portátil: “¿A qué quieres invitarme?”. Daniel pone gesto pensativo, coge su móvil para escribir la respuesta y lo vuelve a poner en el cristal. “¿A un colacao?”, lee Marina en voz baja. Sonríe tiernamente y acepta su propuesta.

jueves, 27 de marzo de 2014

Tu luz.

 ¿Había algo más bonito que tu sonrisa? Puede que por el paso del tiempo ya no te quedasen tantos dientes como antes pero, ¿qué importaba? Tu sonrisa no era bonita por la cantidad de dientes que tuviera, sino por la luminosidad que le aportaba a tu rostro. Aún me acuerdo de ella. Cada vez que me encontraba mal, ese pequeño gesto estaba siempre presente en ti para que, al mirarte, se reflejara en mí y me olvidara de aquello que me dolía. Cuando estabas feliz el sol radiaba, los pájaros cantaban y la alegría me inundaba. Cuando estabas triste o te preocupabas a escondidas, una espinita se iba clavando en mí, pero hacía lo imposible para alegrarte. No había nada mejor que los momentos en los que me narrabas tus vivencias, aquellas historias del pasado que, en aquellos instantes, creía que ocurrieron cientos de años atrás. Cuando me aburría, me dabas un papel y un bolígrafo para que dibujara. Aunque aquello no era mi fuerte, tú me felicitabas como si aquel arte fuera un cuadro de Picasso. Cuando encontrábamos un saltamontes y yo me asustaba, tú lo cogías cuidadosamente y lo metías en una botella de plástico para observarlo de cerca. Aunque aún seguía algo asustada, poco a poco me iba aproximando a aquella botella ya que, si tú la sostenías, estaba a salvo. Tras observarlo detenidamente y hablarme sobre él, lo soltabas en el lugar más cómodo posible para que viviera feliz.

 Me has hecho sonreír tantas veces en mi vida, que ya es una característica mía. Tú siempre serás mi inspiración para escribir, abuela. Puede que todos los textos que te dedico parezcan tristes pero no, al contrario. Todo lo que te escribo es para agradecerte la cantidad incontable de cosas que has hecho por mí, en mi infancia y adolescencia. De pequeña, me enseñaste a ver el lado bueno de las cosas y, pasen los años que pasen, eso nunca cambiará.

 Sin saber por qué, hoy no puedo dormir. Mientras espero a que me entre el sueño, escribo este texto para ti. Acabo de darme cuenta de que este insomnio es a causa de tu pérdida. Sin haber sido consciente, hoy acaba de pasar un año y un mes desde aquel día en el que tu luz se apagó. Da un poco de miedo lo rápido que pasa todo. Deberían multar al tiempo por exceso de velocidad.

 ¿Hay algo más bonito que tu sonrisa? Sí, tu luz radiante desde el cielo.

 Te quiero, abuela. Que descanses.


miércoles, 26 de marzo de 2014

El mundo de la escritura.

 El mundo de la escritura es muy bonito. No hay que ser famoso para saber escribir grandes textos. Cuando la inspiración llega, no puedes esperar para plasmar esas palabras desordenadas sobre papel o en una pantalla. Hay miles de estilos diferentes de escritura y, eso, es lo mejor de todo. A veces, en un gran texto no se transmite nada y, con unas simples palabras, se puede transmitir todo o viceversa.

 El mundo de la escritura es mágico. Puedes crear y adentrarte en un mundo diferente al tuyo siempre que quieras. Tú decides lo que un personaje dirá, sentirá y pensará. Sólo tú sabes si su vida tendrá un final feliz, triste o no lo tendrá. Harás que el lector quiera leer cada vez más, devorando las palabras. Tener esa intriga de saber si un escrito gustará o no, es lo que hace que te esfuerces más en la calidad de este. Siempre avanzarás gracias al lector, ya que lee lo que escribes, opina y te hace crecer poco a poco en este mundo. Ellos son los protagonistas de esta historia sin final.

 Muchos han descubierto que poseían este bello don desde pequeños y otros lo han descubierto sin saber que lo tenían en su interior, esperando para salir al exterior y sorprenderlos. En mi caso, yo fui una de esas asombradas. Un día salí a visitar un parque y, sentada en un banco, observé a mi alrededor. De pronto, sin haber escrito nunca nada, me llegó la inspiración y comencé a escribir en mi móvil. Puede que me diera vergüenza mostrárselo a los demás pero, el simple gesto de hacerlo, hizo que abriera los ojos y me diera cuenta de que poseía algo invisible pero, a la vez, grande y hermoso. Hace tan sólo cinco meses, ese algo me cambió la vida a mejor, tanto para mí como para los demás. Tras escribir muchos textos y asombrarme por la gran cantidad de felicitaciones recibidas, un día decidí dar un paso más y crear una pequeña novela. Era algo que necesitaba mucho tiempo, meses, dedicación, concentración y paciencia. Cuando ya la había terminado, temiendo que no les gustase a mis lectores, recibí comentarios en los que me decían que les había motivado y dado el empujón que necesitaban para comenzar ellos mismos su propia novela. No hubo nada más gratificante que aquello. Puede que al principio de todo pienses que lo que estás haciendo es una tontería y que nadie leerá tus escritos pero, si no lo intentas, nunca lo sabrás y créeme al decirte que los resultados son más que espectaculares. No hay límites.

 El mundo de la escritura me ha hecho reflexionar, descubrir cosas nuevas, profundizar más en mi interior, sentir y vivir de nuevo. Cada día toco el cielo con pequeños gestos; un comentario de felicitación, apoyo, ánimos, saber que alguien ha sonreído leyendo mis palabras y que le he hecho recordar o sentir una pequeña emoción  en su interior. Eso, para mí, es tocar el cielo.

Estos comentarios son de algunos de mis lectores:

    "Me encantaría saber plasmar bien mis pensamientos en el papel, pero lo mío es más leer que escribir. De todas formas, gracias a todos los que escribís, para que los lectores podamos leerlo".
    "Hermoso, es así. Yo escribo para desahogarme o para alentar cuando veo el esfuerzo que otros hacen. Me da alegría ayudar con mis palabras a sentirse un poco mejor".
    "Me quedo con tu frase: <<El mundo de la escritura es mágico>>. Así lo creo".
    "Escribir es un ejercicio de vida, una simple, tal vez la más sencilla psicoterapia. Nos ayuda a arreglar y ordenar nuestros pensamientos, a describir nuestra personalidad". 
    "Lo mío es más de leer que escribir. Sí, he escrito algunas cosas. De repente, como tú, me dan ganas de escribir y lo hago. ¡Me encanta! Más cuando veo con alegría que hay gente que le gusta lo que escribo, es mágica la sensación".
    "Es un gusanillo que se lleva dentro y llega un día en que ese gusanillo quiere ver la luz. Es una sensación difícil de explicar y que sólo las personas que lo hacemos comprendemos bien. Escribimos porque nos lo pide el corazón, los sentimientos o la razón... No sé muy bien pero cuando lo haces y ves que otras personas te entienden y les llega ese sentimiento que has logrado expresar escribiendo... ¡Oh...! Entonces te llenas aún más de emoción porque has hecho que, aunque sólo sea una palabra, sólo una, tocar la fibra que roza el alma". 
    "Las personas tienen ese algo interno, que al tocarlas nos hace vibrar como una cuerda de música. Así son las energías que existen en nuestro interior, invisibles pero muy poderosas".
    "La escritura, para mí, es una comunicación trascendental. Trasciende el tiempo, el espacio, las fronteras, las barreras. La palabra hablada es potente e impactante, pero inmediata, efímera y vulnerable. La palabra hablada se limita al presente y a la corta distancia entre el hablante y el oyente. La palabra escrita queda registrada y disponible para que la reciban más personas en más lugares y en tiempos posteriores y para que los sentimientos, emociones, convicciones, verdades que pasaban por la mente del autor en ese preciso instante, se transmitan al lector fielmente. Es como una fotografía de la tormenta o de la calma, de la contemplación en el alma del escritor. Esa tormenta, calma o contemplación fue lo que en realidad impulsó al autor a escribir. Estas tempestades no necesariamente son vivencias propias del autor, sino que pueden ser las de los personajes que el autor va creando. Personajes que en un escritor se convierten, por momentos, en un alter ego. El autor siente la angustia o la algarabía, la alegría o la tristeza, el hambre, la sed, el frío, la seguridad o el amor del personaje".


domingo, 23 de marzo de 2014

Una sonrisa.

Qué bonita es la simpleza de una sonrisa. 


El cuento.

-Abuela, ¿dónde vas?
-Ya es hora de que me marche.
-Pero mañana vuelves, ¿no? Tienes que terminar de contarme el cuento.
-No –dijo con una leve sonrisa-, esta será la última vez que nos veamos, mi querida nieta.
-¿Y qué pasa con la princesa? ¿La rescata un príncipe o se queda encerrada en la torre?
-Ella es diferente a las demás. Se sale del cuento y vive la vida sin un guión, siendo feliz.
-¿Tú también vas a salir del cuento, de la vida, y vas a ser feliz? –comienza a decir entre lágrimas.
-Sólo lo seré cada vez que sonrías.
-Entonces jamás dejaré de sonreír, aunque esté triste por dentro.
-Así quiero que estés, sonriendo ante las adversidades.
-¿Seguirás allá arriba con tu silla de ruedas?
-No cariño. Allí podré caminar, saltar y volar. Estaré de maravilla, no te preocupes por mí.
-No quiero que te vayas –le dijo la niña, rompiendo a llorar.
-Eh, pequeña, enséñame esos dientes tan bonitos. Cuando estés triste recuerda que yo también lo estaré. Tú no quieres eso, ¿verdad?
-No, nunca lo querré.
-Pues, entonces, no dejes que nadie ni nada te robe esa sonrisa que me ha estado dando la vida cada día.
-De acuerdo, abuelita.
-Ya es la hora, tengo que marcharme, te quiero mi niña.
-No, por favor. ¡Quédate! ¿Abuela? Oh, no…

Cuando entendió que no volvería, gritó por última vez: “¡Quédate!”. De pronto, abrió los ojos, húmedos, y la vio en su silla de ruedas acercándose rápidamente.

-Cariño, ¿qué te pasa? –La protegió entre sus brazos y le dio un fuerte beso en la frente-. Sea lo que sea, tranquila, sólo ha sido una pesadilla. Estoy aquí contigo. Ya pasó.
-Abuela, ¿me puedes prometer algo?
-Sabes que lo daría todo por ti, mi vida, así que te puedo prometer lo que quieras.
-Nunca salgas de este cuento, por favor.
-Claro que no. Siempre estaré tanto en tu corazón como a tu lado, te lo prometo.
-Te quiero.


martes, 18 de marzo de 2014

Veinticinco palabras.

 No se podía creer lo que estaba sucediendo. A través de sus ojos verdes, empezaron a asomar unas lágrimas de dolor y desconcierto. Durante dos maravillosos años lo había tenido todo, a ella, y en un segundo ya no tenía nada. Nicole se acababa de marchar, despidiéndose de él con una carta por temor a mirarle a los ojos y confundir sus sentimientos o, tal vez, por temor a confirmar lo que ya no existía. No sabía lo que era peor. Aquel papel no daba demasiadas explicaciones. Las letras ya estaban algo borrosas a causa de sus lágrimas, que caían veloces. Leía y releía las mismas palabras, una y otra vez:

 “Hay momentos en la vida en los que hay que tomar decisiones dificilísimas, Alex. Te sigo queriendo pero, lo siento, me marcho. Sé feliz, adiós”.

 “¿Cómo puedo ser feliz si tú te has ido? ¿Cómo puedes seguir queriéndome y marcharte sin más, sin importarte el sufrimiento que me dejas? No te entiendo, Nicole. ¿En qué momento me dejaste de querer, aunque sea un poco?”. Había tantas preguntas sin respuesta, que todo su alrededor empezó a darle vueltas. Se sentó en el suelo y descargó sus sentimientos rompiendo aquel papel, como si fuera el culpable. En verdad, sí lo era. No quería tener nada de ella pero, lo que inconscientemente le dejó, fue su letra irregular, escrita con prisas, y su perfume impregnando la silenciosa y solitaria habitación. Aquello era algo insoportable. En ese momento, el papel estaba destrozado, hecho añicos en el suelo, como su corazón. Lo pisoteó y saltó sobre él, como un niño pequeño cuando perdía su posesión más preciada.

 Lo dejó todo, a sus seres queridos y a su ciudad, por ella. Todo les iba de maravilla, incluso, le cumplió su sueño de mudarse juntos a Venecia. Lo dejó todo y ahora no tenía nada. Nicole no tuvo el detalle de añadir algo sobre aquellos meses que vivieron juntos, sin importar que fuese bueno o malo. Ya no sabía si aquellas miradas, caricias y besos fueron reales. Sólo se marchó, resumiendo dos años en veinticinco palabras. No podía volver a casa con su familia, así no. Debía superarlo y salir adelante él solo. Lo último que le apetecía escuchar era un “lo siento”, “quizás sea lo mejor para los dos” o “hay muchos peces en el mar”. En aquel momento, le parecía imposible que alguien se volviera a fijar en él. Se sentía roto, feo y así pensaba que le verían las demás chicas. Meses después, salió a caminar, se sentó en un banco con las manos en la cabeza y lloró de nuevo. Sin darse cuenta, una muchacha se acercó y se sentó a su lado. Alex, secándose las lágrimas, la miró y ella le sonrió. Tímidamente, la chica le puso una mano en el hombro, diciéndole “hola, ¿estás bien?”. Era una chica preciosa, joven, con los ojos más verdes y bonitos que jamás había visto.

 De pronto, se acordó que veinticinco palabras pueden terminar con una relación de dos años y, sin embargo, una historia inesperada, nueva y emocionante podía comenzar con tan sólo tres.  



lunes, 17 de marzo de 2014

Su lugar en el mundo.

Ella nunca encontraba su lugar en el mundo, hasta que miró su sonrisa y supo que él era su lugar.

sábado, 15 de marzo de 2014

Pequeños placeres de la vida.

 Una persona, una mirada, una sonrisa y un comienzo. El olor a café y a panadería. El recuerdo de alguien a través de un perfume. Un amanecer, un atardecer y un cielo estrellado. Leer un libro, al lado de una chimenea y adentrarse en mil mundos diferentes. Conocer a una persona nueva y haceros inseparables. Ver un esfuerzo recompensado. Sentirte bien contigo mismo. Hacer reír a un bebé. Dar ese tipo de abrazos en los que se te cierran los ojos y sonríes. La buena escritura. Quitarse los tacones después de una noche de fiesta. Estar rodeada de tu familia. Querer aprender cada vez más. Que tus abuelos o padres te narren historias ocurridas en el pasado. Comer palomitas viendo una película o un helado en invierno. Bailar hasta no poder más. Llorar, que un amigo bromee, que te salga una risa extraña y reíros más aún. Ver fotos de cuando eras más pequeño y que te vengan a la cabeza cada detalle de cada momento. Que alguien te pida consejo. Saber que tienes a alguien que te protege y tener a alguien a quien proteger. Ver globos en el cielo. Que se te ocurra una idea y no parar hasta haberla realizado. Hacer buenas acciones hacia los demás. Ver a alguien, después de mucho tiempo. Pasar las páginas de un libro antiguo e inspirar el olor. El primer beso, el segundo, el tercero y todos los demás. La positividad. Escuchar tu canción preferida. Descubrir nuevas habilidades en uno mismo. Intentar sacar sonrisas, sin importar hora ni lugar. Que tus seres queridos te digan que están orgullosos de ti y que tú también lo estés. Encontrar algo que creías perdido. Un mensaje inesperado. Las buenas rachas. Dar o recibir, sin importar nada a cambio. El mar. Esperar a alguien y que alguien te espere. Escribir. Cerrar los ojos mientras oyes algún tipo de música y que te recuerde a algo. Los momentos antes de levantarte de la cama, donde estás tan calentita. Respirar profundo el aire fresco que renueva, en las mañanas que sales a caminar. Sentir unas manos pequeñas que te aprietan como si temieran perderte. Escuchar un "te quiero, mamá". La lluvia y su olor, antes de que caiga. Ver amanecer desde una colina. Leer. Charlar con tus hijos. Tener ganas de comerte el mundo. Cocinar para tus seres queridos. Un minuto de silencio. El recuerdo de los momentos vividos con tus abuelos o con tus padres cuando eras pequeña. El primer amor. Recibir nueva inspiración y pintar sin parar, jugando con los colores.  La felicidad completa. Ver cómo te abres camino a través de la escritura y cómo la literatura habita en ti. 

 Tal vez, no te des cuenta de algunos de estos detalles, pero son los pequeños placeres de la vida.  


viernes, 14 de marzo de 2014

Ahora que te recuerdo.

 Querido, esta carta te la dedico a ti, ahora que te recuerdo:

 Nos conocimos con quince años, en el mes de marzo, (recuerdo incluso la fecha exacta). Éramos dos jóvenes enamorados que se encontraron sin haberse buscado. Le doy gracias a las casualidades, al destino o a quien sea, por haberte puesto en mi camino. Un camino bastante difícil, hasta que llegaste tú. Era una adolescente perdida, sin saber hacia dónde ir ni qué hacer. De pronto, me cogiste de la mano y me guiaste por el enredado laberinto de la vida. Después de ocho maravillosos años de noviazgo, nos casamos. Fue la boda de mis sueños, no por el vestido, los regalos o el lugar, sino porque me casaba contigo.

 Tras cuatro años de matrimonio, surgieron los problemas. Recuerdo que intentamos tener un bebé pero no podíamos, por mi culpa. Al saberlo caí en una depresión pero, con tu apoyo y con cada sonrisa tuya, lo superé. Creí que, al no poder tener hijos, me dejarías y te buscarías a otra mujer, pero no fue así, al contrario. Estuvimos más unidos que nunca. Sin esperarlo, surgió otro problema, mi problema. Me ponía irritante muy a menudo, mezclaba ideas sin relación directa o tenía dificultades para encontrar palabras a la hora de hablarte. Creíamos que era a causa de la edad,  aunque sólo tenía cincuenta y siete años, pero, cuando fuimos a una revisión, descubrimos que estaba en la primera etapa del Alzhéimer. Por suerte, era leve y te recordaba en más momentos de los que te olvidaba.

 Me regalaste una libreta en blanco y me dijiste que escribiera lo que había hecho en el día, lo que más me gustaba hacer, lo que sentía o cualquier detalle que recordara del pasado. Cuando me ponía a escribir, sentada en nuestro viejo escritorio, ponías la televisión, en voz baja, y te sentabas en el sofá aunque, en lugar de ver lo que estaban echando en ella, me mirabas a mí. Aquellos instantes eran perfectos. Me costaba concentrarme porque me ponías nerviosa, en el buen sentido, al verte de reojo mirándome, pero insistías en que escribiera.

 Ahora, con sesenta y dos años, he entrado en la segunda etapa del Alzhéimer. Empiezo a asustarme con frecuencia, me resulta difícil hablar, soy más agresiva contigo, te pido perdón por ello, pierdo el equilibrio y dependo aún más de ti para poder andar. Esa libreta me sirvió más de lo que jamás pensé. Cuando todo está borroso, no sé dónde estoy o mi memoria desaparece, me tranquilizas y me lees algunas páginas. Al escucharte, detenidamente, empiezo a recordarlo todo de nuevo, poco a poco.

 Ya estamos más viejecitos pero, el amor que hay entre nosotros, aún es aquel que sentíamos con quince años, incluso más fuerte. Las risas son más frecuentes y sonoras. Nuestra piel tiene más arrugas que antes pero, esa intensidad en nuestros ojos cuando nos miramos, sigue intacta. Eres el príncipe de todos los cuentos que me leía mi madre antes de dormir. Eres mi escudo protector, cuando me siento débil, sola o las fuerzas me fallan. Eres esa persona que ha completado mi vida, hasta hacerme ver que sin ti ya no sé cómo vivir. Temo que algún día salgas y no vuelvas, pero me escribiste, detrás de una foto nuestra, que nunca me abandonarás. Has cumplido cada palabra que me has prometido. A pesar de todas las dificultades, me has dado una vida que ni siquiera hubiera llegado a soñar.

 Ojalá pudiera cuidarte como tú lo haces por mí. Pienso que, poco a poco, he estado arruinando tu vida, esa que debería haber estado repleta de alegría, despreocupaciones, libertad y tiempo para ti mismo. Recuerdo que te confesé lo que pensaba y, lo único que me dijiste, fue un “calla, no digas tonterías. Mi vida es perfecta gracias a ti. Por muchas dificultades que se nos presenten en el camino, las superaremos, juntos. Aunque no me reconozcas, jamás me alejaré de ti, ¿me oyes?”, terminando la frase con un beso tan bonito, que se me saltaron las lágrimas.

 Supongo que no me faltarán muchos años para entrar en la tercera etapa. Esa donde llegará un día en el que, aunque lea la libreta o esta carta, no conseguiré recordar nada. Es más, no sabré leer, comer, tragar saliva, me comportaré como una niña pequeña y serás un desconocido para mí.

 Has salido a hacer la compra y yo sigo sentada en el sillón, sin poder moverme demasiado. Acabo de leer la libreta y, ahora que estoy teniendo un momento de lucidez que no sé cuánto durará, te escribo esta carta.  No sé qué será de mí en un año, en un mes, en una semana o mañana. El primer día que descubrimos mi enfermedad, le pregunté al doctor, cuando saliste de la sala, durante cuántos años más seguiría viviendo. Me respondió que, tras el diagnóstico, viviría entre ocho o diez años. Según eso, me quedan cinco años de vida aunque, con todos tus cuidados, seguro que son algunos más. Dentro de poco, ya no te reconoceré así que, te aconsejo, que sigas tu vida sin mí aunque sé que, con lo cabezota que eres, nunca me dejarás sola y te lo agradezco de todo corazón, aunque no te lo consiga decir en el momento.

 Ya te escucho entrar por la puerta con tu “ya estoy en casa, mi reina”, que tanto me gusta. Antes de que me descubras escribiéndote, acabo ya, para darte una sorpresa cuando encuentres esta carta en tu mesita de noche.

 Ahora que te recuerdo, te digo que eres lo mejor que me ha pasado en mi vida, mi rey. Te escribiré en mi próximo momento de lucidez. Cada segundo deseo que haya un “próximo”, para volver a darte un beso.

 PD: Nunca olvidaré que te quiero.





viernes, 7 de marzo de 2014

Concurso microrrelatos "Otoño e Invierno": Día de despedida

 Subiste al cielo el único día del año que nevó en la ciudad. Era invierno. Fue el día de Andalucía, el día de una despedida y la primera nevada del año. No te acordabas de tu nombres y, a veces, ni de nosotros, pero estuvimos a tu lado hasta el último respiro de tu vida. Me cogiste la mano, me sonreíste y tu luz se apagó lentamente, como el fuego de una vela consumida por el tiempo. 


martes, 4 de marzo de 2014

Capítulo 28: La última hoja de mi libreta.

 Cinco años han pasado ya, parece increíble. Adoro la rutina que siempre he tenido. Todas las mañanas voy a clases de canto con Hugo y, al terminar, recibimos clases en casa de Lili. Por las tardes, nos ponemos a interpretar las canciones al lado de José, para alegrarle un poquito la tarde y para que no se sienta sólo. Aunque lo he intentado, pero no he encontrado a nadie, aún le mantengo la promesa que hace tanto tiempo le hice. Después de pasar un rato en el parque, me vengo a este almacén donde, poco a poco, Bruno me va añadiendo muebles y un decorado más apropiado.

 La razón por la que empecé a escribir aquí, fue porque necesitaba un espacio que me recordara a mi pasado; silencioso, solitario, viejo y vacío. Resultaba que este almacén pertenecía a Bruno y, las personas que un día vi salir de este lugar, se lo alquilaron para guardar las cosas de su negocio. Cuando se marcharon y pasó un tiempo, Bruno sabía que necesitaba un espacio sólo para mí y me dio la llave del almacén. Cada vez que terminaba de escribirte mis novedades, salía de aquí y volvía a casa andando, sin importarme que estuviera anocheciendo o el tiempo que tardase en llegar. Siempre me ha gustado caminar tranquilamente, pensando en cómo me ha ido cambiando la vida a mejor y en las decisiones que me han llevado hasta donde estoy, sin arrepentirme de ninguna. Al llegar a casa, todos me recibían con una sonrisa enorme e imborrable. Me pasaba los días riendo o llorando de la risa. Todos los pensamientos tan malos que tenía sobre las familias, cuando era pequeña, desaparecieron al conocerles.

 Esta es la última página de mi vieja libreta. Próximamente, compraré otra con más hojas y más moderna, donde ya no te hablaré de mi pasado, sino de lo que me pasará a partir de ahora. No es el fin, es un “hasta pronto”. En el hueco que me queda de la hoja, ya que sabes quién es Hugo, voy a retomar la conversación que he tenido con él y que no finalicé, escrita algunas páginas atrás.  
  
¿Y ahora qué puedo hacer? De pronto, llaman con fuerza a la puerta del almacén. Me sobresalto y doy un pequeño grito. ¿Quién será? Me dirijo a la puerta y abro.
    -¡Hola Nathalie! ¿Cómo estás?
    -¡Hola Hugo! Qué alegría me da siempre verte.
Me quedo sorprendida y le doy un gran abrazo. 
    -¿Cómo vas con tu historia? –Me pregunta intrigado-. Aún no nos has dicho sobre quién o qué trata. Espero que algún día nos dejes leerla.
    -Es una historia muy cercana. Estoy segura de que, cuando la leas, los personajes los conocerás de algo. –Le digo entre risas-. Tienes suerte porque, justamente ahora, la acabo de terminar e iba a ir hacia casa. ¿Vienes a hacerme una visita?
    -No, vengo a recogerte. ¡Qué alegría! Por fin. Entonces quiero que la leas en el coche.
    -¿En el coche? Son las siete de la tarde. Si Bruno está en la panadería. ¿Viene Emma? ¿A dónde vamos? –Esto me ha pillado de improvisto.
    -Ellos dos están en el coche. Nathalie, calla y no hagas tantas preguntas. Recoge los papeles y todo lo que puedas echar en una maleta. Emma ya te ha hecho otra con tu ropa, calzados y algunas cosas nuevas que te ha comprado.
    -¿Maletas? Eso sí que no me lo esperaba.
 Aunque aún tengo cientos de preguntas en la cabeza, hago lo que me ha dicho. Cojo la libreta, lápices, mantas, una almohada y algunos libros de bolsillo. Ambos vamos al coche, abre el maletero y me quedo sorprendida por todas las maletas que hay, además de la mía. Cuando estamos ya en los asientos, Emma se da la vuelta y nos echa una foto.
    -¡Decid patata! Qué guapos -dice mirándola-, siempre cojo la cámara de fotos para tener miles de recuerdos. Nos lo vamos a pasar genial, cielo, ya verás.
    -Bueno, en realidad no sé a dónde vamos. Hugo no me lo ha querido decir.
    -Le dijimos que no te lo revelara. –Dice Bruno, riéndose-. Venga, no seamos malos. A la de tres se lo decimos todos a la vez.
Cada uno empieza a decir un número, muy lentamente.
    -Uno… Dos… Tres. ¡Nos vamos a Jesmond!


 ¿Será el mejor viaje de su vida? Eso cree Nathalie, pero allí recibirá una llamada de Lili, pidiéndole que vuelva por razones que nadie se hubiera llegado a imaginar. 



FIN

lunes, 3 de marzo de 2014

Capítulo 27: El día de mi décimo cumpleaños.

 Y así fueron pasando los años, junto a ellos. Por mucho que no quisiera molestarles y aunque, al principio, les dije que algún día me iría de su casa, se me hizo imposible. Me dieron tantísimo cariño en tan poco tiempo, que no pude separarme de aquella familia. Mis cumpleaños, y los de ellos, eran increíbles. Los pasábamos junto a la familia de Lili y también invitaban a más gente, ya que Bruno y Emma eran muy conocidos en el pueblo. Las clases de canto me iban estupendamente y aún sigo dándolas. Emma es una profesora magnífica. Me ha enseñado tantas canciones y trucos para avanzar que, tanto mi voz como mi capacidad para cantar, han mejorado muchísimo. Como yo siempre les decía que no cantaba tan bien, Hugo me retó a interpretar algunas canciones con él y su guitarra en el parque. El resultado fue inesperado. Tocamos tres canciones y Hugo recibió más propinas que nunca, por lo que él decidió que repartiríamos el dinero entre los dos y así, con el tiempo, fui ahorrando más dinero del que pensé. En el día de mi décimo cumpleaños, me dijeron que no me habían comprado ningún regalo pero, con todo lo que habían hecho por mí, eso era lo de menos. De pronto, para mi sorpresa, Hugo cogió la guitarra y empezó a tocar una melodía compuesta por él. Emma y Bruno cogieron un papel, cada uno, y comenzaron así:
     -Hugo te encontró y tú encontraste a Hugo. Fue lo mejor que nos pudo haber pasado.  Tu energía y lucha en la vida, bastante nos ha asombrado. En este día, diez años acabas de vivir y, a partir de ahora, las mejores cosas te sucederán a ti. Nosotros te adoramos desde el primer día que te vimos. No seremos pobres ni ricos pero, en esta casa, nunca te faltará amor y cariño. En este momento, con la guitarra sonando, queremos hacerte un trato. Esperamos que tu estancia en esta casa, haya sido de tu agrado. Queremos darte las gracias porque, a tu lado, dos años han volado. Ahora Hugo te hará una pregunta muy importante, que nosotros pensamos desde el primer instante.
 Emma leía hasta un punto y Bruno hasta otro. Aquello era tan simple y bonito, que no pude evitar que mis lágrimas salieran mientras les escuchaba. Ellos dejaron los papeles en la mesa y prosiguió Hugo, subiendo la intensidad de la melodía, a la vez que fue diciendo:
     -Y ahora te pregunto lo que un día me preguntaron a mí. Nathalie, ¿quieres formar parte de la familia Hernández Wells?
 Todos mantuvieron la respiración, pero no me hice de rogar. Al escuchar aquello, no me lo pensé dos veces. Dando un salto de la silla, les dije un alto y claro "sí".

 Tenía una nueva familia. Una importante decisión, junto a las personas más especiales de mi vida y un nuevo DNI, confirmaron tres cosas: que todo aquello era real, que las mejores situaciones sucedían cuando menos me lo esperaba y que, el simple nombre de "Nathalie Hernández Wells", significaba un mundo nuevo para mí.


El interior.

Miró dentro de sí mismo y hasta su silencio se quedó mudo.