martes, 24 de junio de 2014

Alcanzando mi sueño.

 Con seis años me preguntaron qué quería ser de mayor y respondí "bailarina". No me hicieron falta ni tres segundos para responder. No sabía por qué pero me enamoré del ballet la primera vez que lo pusieron mis padres en televisión. Fue hermoso. Una danza clásica en la que la mujer parecía volar como el más bello pájaro, tener la elegancia de un cisne y deslizarse más delicadamente que una pluma. No era la típica niña pequeña que soñaba con ser princesa o astronauta. Sabía lo que quería y era bailar. Mis padres, aunque no estuviéramos especialmente bien de dinero, me ayudaron muchísimo. Supieron que ese sería el sueño de mi vida.

 Con siete años me apuntaron a clases de ballet. La primera vez que entré allí y vi a la profesora, tan elegante y guapa, supe que quería ser como ella de mayor. Al principio estaba un poco nerviosa por no conocer a nadie y por entrar en aquel mundo desconocido y bello pero, al ver que todas las demás chicas de mi edad estaban igual que yo, me relajé y empecé a hacer amigas. Cada vez íbamos haciendo algún movimiento nuevo, pasos, giros. Con el tiempo y los años aprendí que, como alguien dijo alguna vez, el ballet no era un baile, sino una disciplina. A través de televisión, cuando vi a aquella hermosa bailarina, nunca imaginé lo duro que era mostrar esos factores de expresión y realizar tales movimientos para transmitir tantas emociones.

 Con quince años sufría. Mis pies no podían más, mi cuerpo decía basta, nunca había tenido ampollas o las uñas tan magulladas. Recuerdo que pensé en desistir, buscarme otro sueño, dejar las clases y hacer cualquier otra cosa más fácil. Mis padres habían visto todos mis avances y, aunque no estuvieran de acuerdo con mi decisión ya que habían hecho más esfuerzos de los que yo había pensado, me apoyaron. Sabían que valía para bailar pero también sabían que, con lo testaruda que yo era, no podían obligarme. Dejé las clases de baile, a mis compañeras, tristes por enterarse de la noticia de mi ausencia, y mi sueño. Seguía yendo a las clases del colegio como siempre, pero me sentía vacía, triste, no me concentraba en los estudios, sólo pensaba en lo que había decidido dejar atrás. Un día, me encerré en mi habitación y comencé a llorar, cada día lo hacía con más frecuencia. Mi padre, al escucharme, llamó cuidadosamente a la puerta y entró. No dijo nada, sólo se sentó en el borde de la cama y me besó en la frente. Ese gesto me calmó, él me conocía mejor que yo misma. Se acercó y me dijo, “no se puede dejar de lado algo que realmente te gusta y te hace feliz sólo porque en ocasiones sufras. Recuerda que cuando llegues a lo más alto, todo ese camino recorrido será lo más bonito que jamás hayas hecho. Me cuesta reconocer que mi niña pequeña haya crecido tan rápido. La danza, el sufrimiento y esfuerzo te han hecho madurar, crecer, te han hecho más fuerte. Por eso te he vuelto a apuntar a ballet, sé que lo echas de menos, así que dale otra oportunidad” y, sin saber que aquello que me dijo se me quedaría grabado para el resto de mi vida, me volvió a dar un beso en la frente, se levantó y salió de la habitación. Aquella noticia se reflejó en mí a través de una radiante y enorme sonrisa. Mis amigas se alegraron al verme regresar y yo al volver con ellas. Regresé con más fuerza que nunca. Era mi sueño e iba a luchar por él. Con el tiempo, el saber el esfuerzo y constancia que requería, me hizo darlo todo de mí sin rendirme, sin un suspiro de cansancio, con lágrimas de dolor pero con una sonrisa que mostraba que aquello era lo mío, mi pasión. No quería ser mejor que nadie, sólo quería superarme cada día y saber hasta dónde podía llegar, dándome cuenta de que no había límites.

 Con dieciocho años, mis padres decidieron presentarme a audiciones de ballet. Me compraron un vestido blanco precioso y unas zapatillas perfectas, tanto para mi comodidad como para bailar. En mi primera audición me rechazaron y mis padres pensaban que lo volvería a dejar, pero no fue así. Aquello me motivó más de lo que creía. Fue un gran impulso para mejorar, perfeccionar los pequeños detalles. Mi padre, seis meses después de aquella audición, falleció. Mi madre me confesó que tenía problemas de corazón y ya no había podido resistir más. Murió en la cama, tranquilo y con una sonrisa porque, me dijo, que el sueño de mi padre era verme feliz y bailando le transmití toda mi felicidad. Mi madre y yo pasamos por momentos duros, nos costaba superarlo. Supongo que una muerte no se supera u olvida, sino que se lleva dentro tanto en el corazón como en el recuerdo. Él siempre decía que era mejor que aquella bailarina de televisión así que, en todas las demás audiciones que se presentaron, le demostré al cielo que no se equivocó al volver a apuntarme a clases. En la cuarta audición me aceptaron y, tras un tiempo, se nos presentó la oportunidad de viajar a Sevilla para actuar en el Teatro de la Maestranza. Era la primera vez que veía mi nombre escrito en la programación de un teatro. Fue una sensación aterradora y, a la vez, maravillosa. Llegó el día. Estaba preparada, sabiendo que los espectadores a los que tenía que sorprender eran a mi madre y a mi padre, con butaca en primera fila desde el cielo. Así lo hice, bailé, volé a ras del suelo. Terminé y todos se levantaron para aplaudirme. Miré a mi madre que lloraba de felicidad, mirando hacia arriba, y no pude resistirme a bajar del escenario para agradecerle con un fuerte y duradero abrazo todo lo que habían hecho por mí.

 Durante todo mi recorrido en el mundo de la danza, no fui aquella bailarina que vi de pequeña, era yo misma alcanzando mi sueño.


miércoles, 18 de junio de 2014

Mi microrrelato finalista en el II Concurso de Microrrelatos "Soy feliz con...".

TU SONRISA

 Cuando me miras, escalofríos me recorren la piel. Cuando me besas, pruebo la dulce tentación de tus labios. Cuando me dices te quiero, armoniosas melodías suenan en mis oídos. Eres ese príncipe azul de todos los cuentos que me leía mi madre antes de dormir. Llegaste a mi vida sin haberte buscado y supe que eras lo que siempre había soñado. Soy feliz con tu sonrisa. Soy feliz a tu lado.


martes, 10 de junio de 2014

Su mirada.

Su mirada transmitió tal valentía y fuerza que hasta el más feroz león se postró ante él.


lunes, 9 de junio de 2014

domingo, 8 de junio de 2014

Un lugar llamado cielo.

    -Cariño, lo siento mucho. Tu madre era muy querida por todos. Voy a estar a tu lado siempre, contigo, en lo que te haga falta, ¿me oyes?
Mi marido me coge el rostro con sus manos y me seca las lágrimas, que corren veloces por mis mejillas.
     -Gracias amor, te quiero. Lo más difícil va a ser decírselo a la niña. Ha estado casi todos los días con ella y ahora, de pronto, desaparece. Va a ser un palo muy duro para ella, eso es lo que más me entristece.
 Las lágrimas me inundan de nuevo y él me protege con sus brazos. Ahora mismo soy una niña pequeña que quiere esconderse del mundo, de la vida, tan cruel en este momento. Ser madre en estas situaciones es muy difícil. Tienes que ser fuerte para que tu pequeña no te vea débil, tienes que sonreír para que no te vea llorar y tienes que mantener en secreto  este duro momento para que no sufra. Cómo decirle que la persona a la que más admira, su abuela, se ha ido a un lugar llamado cielo. Cuando nosotros estábamos trabajando, mi madre se quedaba con ella, cuidándola hasta que terminábamos, y cuando íbamos a recogerla incluso se quería quedar hasta por la noche o a dormir a su lado. Ella ha sido su segunda madre, la que le consentía a ratos, la mimaba, la hacía reír hasta que se le saltaban las lágrimas o la dejaba fascinada cuando le contaba anécdotas de su vida, hace tantos años atrás. Para mi pequeña, su abuela era la persona con el corazón más grande del mundo y viceversa. Mi madre ya era mayor y falleció dormida, tranquila y con una pequeña sonrisa. Parecía feliz por todo lo que ha vivido, por haber conocido a su nieta y por la última inyección de felicidad y vitalidad que mi pequeña le regaló.

    -Mamá, ¿hoy qué vamos a hacer por la tarde? La abu me dijo que me llevaría al parque, ¿puedo ir verdad? –Junta sus pequeñas manos en señal de mi aprobación pero esta vez, tristemente, no se la podré dar.
    -Lo siento cielo, le ha surgido una cosa y no podrá salir contigo. Otro día, ¿vale? –Sonrío como puedo y ella se extraña, pero acepta.

Pasan los días y no deja de hacerme preguntas. Siempre le respondo con alguna nueva excusa, pero se va acercando el momento de decirle la delicada verdad.
    -Mamá… Le pasa algo a la abuela, ¿verdad –Su carita se va entristeciendo-. Hace mucho que no me llama para verla. Creo que hubo un día que no guardé mi ropa en el armario. ¿Está enfadada conmigo? –Su inocencia me saca una pequeña sonrisa llena de melancolía.
    -Mi niña… -Le aparto un mechón de pelo del rostro, poniéndolo detrás de su oreja-. No te preocupes, no está enfadada contigo.  ¿Sabes lo que me dijo? Que eres la persona más especial que ha conocido, que tienes un corazón tan grande que no te cabe en tu pequeño cuerpo y que, aunque esté lejos, siempre te seguirá cuidando y queriendo.
    -Mamá, en el cole a muchos amigos se le han ido sus abuelos al cielo. ¿Está allí? –Al decirme esto, la abrazo con fuerza y comienzo a llorar, respondiéndole con un bajito “sí”-. No llores mami, yo conocí a algunos abuelos de mis amigos y eran muy simpáticos. Estoy segura de que estará feliz con ellos y se reirá mucho. Un día me dijo que si ella se iba, sería la estrella más brillante que hubiera en el cielo, así la podría ver. –Parece que hemos cambiado los papeles de madre e hija. Ahora ella es la fuerte y yo la que me derrumbo.
    -¿Sí? Pues todas las noches, cuando la vea brillar más que ninguna, os aviso a papá y a ti y nos sentamos juntos a observarla. Tenemos muchas historias vividas con ella, te las contaremos todas, ¿de acuerdo? Te quiero mi niña. –Ya calmadas las dos, le doy un tierno beso en la frente.
    -Me parece una idea estupenda. Te quiero mami y a la abuela también.


Quiero seguir leyendo.

 Hoy me he levantado con ganas de comerme el mundo, de reír a carcajadas, de escribir, de amar cada palabra, de leer los pensamientos, de revivir en cada historia y en cada libro. 
Podría decir que hoy interpreto la octava línea del sexto capítulo de un libro titulado “2014”. Un libro personalizado que, desde el primer capítulo hasta este, me ha traído momentos inolvidables. Yo no soy la única protagonista, también me acompañan personajes increíbles que hacen de esta obra todo un éxito. En bastantes lugares puedo encontrar el amor entre las líneas, a esa persona que embellece las palabras, las miradas y los silencios. También puedo leer despedidas y el sentimiento de echar de menos, sobre todo, si se trata de un lugar llamado cielo. Ese lugar está demasiado lejos para abrazar a la persona que reside allí, pero hay otro en el que puedo encontrarla y sentirla más de cerca, en mi corazón. A veces me sorprende la cantidad de cosas buenas que suceden, de esas que, al leerlas, me quedo con la boca abierta. ¿Lo mejor de él? Es un libro en el que siempre intento descubrir la positividad, encontrar la felicidad en los pequeños detalles y en el que olvidarme de los problemas por unos instantes para disfrutar de la lectura, para vivir. Y es así, porque la vida, la mires como la mires o la describas como la describas, siempre te sorprenderá en cada línea, coma o punto. Sé el protagonista, no de tu propia historia, sino del mejor best seller jamás escrito.