martes, 31 de diciembre de 2013

Capítulo 6: ¿Le volvería a ver?

 Me quedé sorprendida por la simpatía de aquel hombre tan grande, desde mi pequeña perspectiva. Era rechoncho, con un bigote blanco, bien cuidado, y calvito aunque con algunos pelos canosos. Su voz era muy dulce y amable. Entré. Era una panadería preciosa. El olor a dulces, pasteles, bollos y barras de pan crujientes, recién hechas, me invadió. Inspiré bien hondo aquel olor que me alimentaba.

 Lo que no te conté de mi infancia en el orfanato fue que, cuando tenía pensada la idea de escaparme, empecé a ahorrar. Bueno, ahorrar… Cogía las monedas sueltas que me iba encontrando en el suelo, en su mayoría céntimos. Seguramente serían de alguna cuidadora que, sin saberlo, me estaba ayudando en mi plan de fuga. Poco a poco, con los meses y los años, conseguí tener un poco más de diez euros. Me sentía rica. Yo decía: “Si este céntimo está en el suelo y nadie lo ha cogido ni echado de menos, puedo adoptarlo y darle un nuevo hogar, mi monedero”. Esa frase la repetía cada vez que veía y cogía uno, me sentía feliz por estar creando una familia tan numerosa.

    -Hola señor, ¿me puede dar una barra de pan, por favor? -le dije, con toda la educación que me dio tiempo a aprender.
    -Hola pequeña, ¡claro que sí! Yo me llamo Bruno. ¿Cuál es su nombre, si me permite saberlo la señorita? -me decía, sonriendo, mientras cogía el pan.   
    -Nathalie. –Dije tímidamente.
    -Oh, Nathalie. Un nombre precioso para una niña tan bonita.
 Bruno me miró cálidamente y me dio la barra. Me dijo el precio y le pagué, aunque él me ayudó. Yo no sabía cuántas monedas tenía que darle. (Ahora que me paro a pensarlo, creo que me puso la barra de pan más barata de lo que costaba en realidad). Sonreí, pero no le dije nada. Fui dirección a la puerta, para salir, y me hizo una última pregunta:
    -Nathalie, ¿estás sola?
 No me hizo falta pararme a pensar, sabía que se refería a si era callejera.
    -Sí. Adiós.
    -¡Nos veremos muy pronto!- Dijo, mientras se despedía de mí con la mano.
 Lo miré pensativa. ¿A qué se refería aquel señor? Salí de la tienda, haciéndome esa pregunta.


lunes, 30 de diciembre de 2013

Capítulo 5: Mi reflejo.

 En el orfanato, mi aspecto me daba igual. No quería impresionar a  nadie ni llamar la atención arreglándome. Las mujeres de allí eran las que se encargaban de esa misión. Lo llamo “misión” porque, cuando me iban a vestir, aquello era la guerra. No soportaba que me pusieran ropa cada día y, mucho menos, que me peinaran. A las demás niñas las arreglaba una mujer pero, cuando era la hora de vestirme a mí, venían dos y siempre suspiraban, rezando para que, cuando me fueran a peinar, no les mordiera o echara a correr.

 Me quedé delante de aquel escaparate, mirando fijamente a mis ojos. Era más o menos pequeña, morena, un poco descuidada, con el pelo cortito y los ojos marrones. Nada del otro mundo pero, cuando me  fui acercando a aquella ventana, vi una mirada llena de fuerza, valentía y coraje, como la de un tigre, el cual me encantaba. Creo que estuve allí parada demasiado tiempo, ya que el dueño de la tienda salió fuera y me dijo, muy amablemente, si quería pasar. Lo miré y observé por el cristal, más allá de mí. Acepté enseguida cuando vi el interior de la tienda, la cual, sin saberlo, me ayudaría en el futuro. 


domingo, 29 de diciembre de 2013

Capítulo 4: Una niña diferente.

 Ahora que recuerdo, yo siempre me ponía a escuchar detrás de las puertas a las mujeres del orfanato. Cuando tenían alguna reunión o cotilleaban sobre cualquier cosa, yo estaba allí, escondida y con la oreja pegada. Un día me enteré de una conversación en la que una de ellas hablaba sobre mí. Decía que yo era muy madura para mi edad, que era diferente a las demás. Añadió que, aunque solo tenía ocho años, poseía una mente muy interesante, con un razonamiento de una persona mucho más mayor. Ella tenía razón, yo era diferente y me sentía así. Mientras las demás niñas pensaban en tener juguetes, maquillarse como princesas las unas a las otras o vestirse como tales, yo sólo pensaba en escaparme y en la manera de hacerlo. Nunca eché de menos tener unos padres, ya que nunca sentí ese amor maternal o paternal. Los adultos me parecían tan perdidos o más que aquellos niños. No me anclé a ningún lugar ni eché de menos a nadie. Era una niña libre.

 Cuando me reflejé por primera vez en el espejo de un escaparate, me vi. Hacía mucho tiempo que no me paraba para ver mi reflejo. 



sábado, 28 de diciembre de 2013

Capítulo 3: El mundo exterior.

 Cuando me alejé lo suficiente de allí, fui ralentizando el paso y me senté en el banco de una calle. Tuve que dar un pequeño saltito para poder sentarme en él. Mis pies no llegaban al suelo. Observé. Había bastantes coches y personas corriendo porque llegaban tarde, quién sabe dónde, pero yo era feliz. Hacía mucho tiempo que no me sentía así o, tal vez, esa fue la primera vez. Me resultaba fascinante ver este espectáculo desde tan cerca, viviéndolo a la vez que los demás, y no como tantos días, semanas y meses que pasé asomada en aquella ventana, decorada con una cortina descolorida, de un beige triste y gris. Nunca imaginé que pisaría aquel escenario tan inmenso, el exterior. Pero no tenía ningún guión escrito, ningún papel sobre el que basarme cuando se me olvidara qué decir o hacer. Empecé a caminar, apreciando todos y cada uno de los detalles de mi alrededor. Las calles, tiendas, personas, animales... Todo me parecía de película. En un parque había muchas palomas y no lo pude resistir.  Me puse a perseguirlas, corriendo detrás de ellas como una loca, como la niña que era. Las palomas empezaron a revolotear a mi alrededor. Estiré los brazos y las imité. Volé pisando el suelo. Los abuelitos que había en los bancos me miraban y sonreían. Tal vez, al observarme, les traje a sus memorias su niñez. Me fui del parque y continué. Las personas que pasaban por mi lado me miraban preocupadas. Me veían caminando sola, sin ninguna madre o adulto que me acompañara. Hubo una mujer mayor que se paró al verme y me preguntó si me había perdido, pero le respondí que me dirigía al lugar de trabajo de mi mamá, el cual estaba muy cerca. La mujer asintió, no muy conforme, y se fue. Aunque yo notaba que me seguía mirando de vez en cuando, seguí mi camino. ¿Qué podía hacer una niña de ocho años que acababa de escapar de un orfanato? Tenía que improvisar, interpretar el guión sobre la marcha. Eso hice. 


viernes, 27 de diciembre de 2013

Capítulo 2: La primera decisión de mi vida.

 Antes de nada, mi nombre es Nathalie. No sé si me lo pusieron mis padres o las mujeres del orfanato, pero la verdad es que me gusta bastante. Yo siempre fui la pequeña rebelde, la chica que les hacía las jugarretas a las demás. Tantas y tantas veces que me castigaron… Pero no me importaba, porque nada me divertía tanto como hacer rabiar. Era lo único con lo que me reía en aquel lugar tan gris. Pero hubo un día en el que mi vida dio un giro. Recuerdo perfectamente aquel momento como si fuera ayer.

 Hace cinco años perdí los nervios, no podía soportarlo más. Yo tenía ocho años y una niña, mayor que yo y la más popular entre las demás, se empezó a meter conmigo. Me dijo que no le importaba a nadie, que era un bulto y que mis padres me dejaron allí porque no querían cargar con un error que tuvieron. Le pegué todo lo fuerte que pude. Ella no se esperaba mi reacción y se quedó paralizada, mirándome. Llevaba demasiado tiempo guardándome todo para mí, soportando cada palabra que me decían, pero ese ya fue mi límite. Las demás niñas empezaron a rodearnos, haciendo un círculo para poder ver mejor la pelea, pero no seguí. Esta situación fue exactamente lo que me convenció para llevar a cabo un pensamiento que llevaba en mi mente demasiado tiempo. Me fui. Salí de aquella habitación rápidamente, todo lo que mis pequeñas piernas me permitieron. Gracias al jaleo que formaron las chicas ante la pelea, la directora y las mujeres que nos cuidaban fueron a aquella habitación, dejando la salida sin vigilancia. Había pasado tanto tiempo observando aquella puerta grande que daba al exterior, a la calle y a la vida, que supe perfectamente cómo abrirla lo más rápido posible. Bajé las ocho escalerillas, crucé una carretera y eché a correr. ¿A dónde? No importaba, cualquier lugar mejor que ese viejo edificio. Experimentaba esa sensación de la que tanto había oído hablar, adrenalina. ¿Qué haría después de esto? No había nada pensado, nada previsto. Sólo hubo una única cosa que planeé: vivir.


jueves, 26 de diciembre de 2013

Capítulo 1: En compañía de la soledad.

Tengo frío. Tengo hambre. No hay muchas cosas en este pequeño almacén donde vivo, pero es más que suficiente. Es antiguo y viejo, abandonado hace mucho tiempo por sus dueños, que buscaron un futuro mejor y lo encontraron. Para mí, encontrar este lugar, este refugio donde resguardarme cada noche, fue lo mejor que me pudo pasar. Está en un callejón parecido a los de las películas: oscuro, con gatos que merodean alrededor de la basura y solitario. La soledad siempre me acompaña.

 Mi comienzo por el laberinto de la vida fue demasiado enredado. Para empezar, no conocí a mis padres. Crecí en un orfanato, rodeada de niños perdidos e inocentes que se conformaban con aquello, mientras que a mí me parecía un lugar horrible. Cada día que pasaba allí, me sentía más hundida, más triste y, cómo no, más sola. No me relacionaba con nadie. Decían que era una chica rara, autista, que estaba loca, pero todo me daba igual. Me encerraba en mí misma y no quería saber nada de los demás. Para mí, todos y cada uno de los que se encontraban allí eran los que estaban locos. La niñez, la inocencia y la infancia las dejé atrás el primer día que fui consciente de todo lo que pasaba y de dónde me encontraba. Nadie me explicó lo que sucedió con mis padres. Me he imaginado tantas cosas y situaciones sobre ellos, que ya no sé lo que sentir. En mi interior se entremezclaban rabia, tristeza, soledad, abandono, enfado y, en muy pocas ocasiones, felicidad. Demasiados sentimientos negativos para una niña tan pequeña.

 Lo que pasó en aquel orfanato, la loca decisión que tomé pero de la que nunca me podré arrepentir, te la contaré en el siguiente capítulo. Por cierto, se me ha olvidado comentarte que sólo tengo trece años.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Susúrrame que me quieres.

¿Por qué ocultas lo que sientes? ¿Por qué tienes miedo? ¿Por qué no se lo dices? Desahógate. Sube al pico de la montaña más alta y grita. Grítale al mundo que la amas. Grítales a los dioses que será tuya. Alza tu voz sobre los truenos, para que te escuchen, y grítales que jamás has sentido algo parecido. Tu delito es ella y, su cuerpo, tu prisión. Dile a la luna que sientes miedo, que no quieres perderla. Diles a todos que esa chica soy yo. Grítale al mundo, pero nadie te escuchará, sólo yo. Puedo ver todo tu caos interior a través de tus ojos, que ahora me miran intensamente. Grita pero, hagas lo que hagas, bésame y susúrrame que me quieres.


martes, 17 de diciembre de 2013

La noche nos invade, las estrellas nos rodean.

 Me tumbo en el césped. Está húmedo, fresco. Algunas hojas más largas me acarician el lado de la cara y otras, más juguetonas, me hacen cosquillas dentro de las orejas. Sonrío. Miro hacia arriba, observando el cielo. Las estrellas brillan más que nunca. No pienso, sólo observo esta maravilla. El parque está desierto. Los niños están en sus casas, sus padres preparándoles la cena, las chimeneas encendidas, los árboles de navidad puestos, el aire con olor a castañas, alguna que otra farola iluminando la calle. El ambiente de Navidad es muy bonito. Me gusta esta tranquilidad, que me deja a solas con mis pensamientos. Me reclino y me siento con las piernas cruzadas. Observo el parque y, de pronto, me doy cuenta de que hay un anciano con su mujer en un banco lejano. Un fino rayo de luna les ilumina. Están cenando, pero no consigo distinguir qué es. Un perro callejero que estaba escondido en algún lugar, huele el olor a comida y se dirige hacia ellos aunque, según creo ver, no ha tenido mucha suerte encontrando a personas que le den algo de comer, ya que está delgadísimo. Camina lento, saboreando el aire, se coloca delante de él con timidez y, a la vez, con miedo. El hombre le da, sin pensárselo dos veces, un trozo de su comida, cariñosamente. La mujer le acaricia su escaso pelaje, dándole cariño. El perro, al principio, come lentamente pero, después de unos segundos, empieza a devorarla. Escucho una pequeña charla animada, por parte de ambos. Se ve que les gustan los animales. Observo esta bonita escena, de tres sombras negras, que se presenta en el mismo escenario en el que me encuentro. El hombre se levanta despacio, le tiende la mano a su mujer para ayudarla a levantarse y, a un paso lento, caminan juntos hacia la salida. A su lado está el alegre animal, que no se esperaba recibir alimento. Ambos pasan por mi lado. Me saludan con una sonrisa sincera. Le devuelvo el gesto amablemente. Los observo. ¿Por qué los que menos tienen son los que más dan? Quizás porque sepan de lo que realmente trata la vida; compartir, sonreír y disfrutar de la compañía. Ya es tarde, así que me levanto y empiezo a andar. Nosotros, actores interpretando un papel improvisado en este escenario tan inmenso, la vida. La noche nos invade, las estrellas nos rodean.


martes, 10 de diciembre de 2013

La fuerza de los sueños.

 Tal vez, tu mayor temor no sea recordar y encerrarte siempre en los malos momentos vividos, sino olvidar todos y cada uno de ellos. No saber quién eres, no recordar a tu familia, amigos o tu propio nombre. Tuve una situación parecida. Cuando estábamos con ella, era inevitable no sufrir. Ver cómo se apagaba lentamente, como vela consumida por el tiempo, hasta que un día, el viento sopló una ligera brisa y su fuego se apagó completamente. Por mucho tiempo que pase, el recuerdo de cualquier persona querida será eterno. Aunque no pienses en ella, siempre estará en tu corazón, ayudándote a tomar decisiones difíciles, estando contigo en los momentos más bonitos de tu vida y sintiéndote orgulloso por haberle acompañado hasta el último respiro de su vida. Hoy tuve un sueño inesperado, en el que la volvía a ver, a ella y a su sonrisa, y pude abrazarla. Los sueños son muy caprichosos. Siempre te sorprenden. Hacen que vuelvas a ver a personas que se fueron o se alejaron de ti, hace mucho tiempo. Las vuelves a sentir y a tocar por última vez, hasta que tu mente, cuando estés dormido, te vuelva a regalar otro momento parecido, en forma de película. Cuando despiertas, te quedas pensativo, e intentas buscarle un por qué o una explicación, pero los sueños, sueños son. A veces, desearías vivir en ellos o en tu imaginación y así poder escapar de la realidad, para vivir en un mundo donde todo sería perfecto. Otras veces, te gustaría despertar lo más rápido posible y sólo te basta con abrir los ojos, a veces húmedos, para volver a la realidad y decir “sólo ha sido un mal sueño”. Todo tiene la importancia y la fuerza que tú quieras darle. 

                                                     


jueves, 5 de diciembre de 2013

Cuidado con lo que deseas.

 Me encuentro en la oficina, ya he adelantado todo el trabajo que tenía acumulado y no hay nada más que hacer. Asoma lentamente su cabeza por mi cubículo mi compañera de enfrente, Marta, con una sonrisa en la cara y me quedo extrañada. De pronto, me pone delante una magdalena con una pequeña vela encendida y un regalo, envuelto en papel de colores. ¡Se ha acordado de que hoy es mi cumpleaños! Es un encanto. Por lo visto, es la única que lo ha hecho. Son las 13:45, llevo aquí toda la mañana y no he recibido ninguna felicitación, ni de mi familia ni de mis amigos, sólo de Marta. Pienso un deseo... Desearía que mi vida fuera como una novela de misterio. Soplo la vela. Mi compañera me mira y me dice “cuidado con lo que deseas”. Me sorprendo, es como si me hubiera leído el pensamiento. Abro el papel de regalo delicadamente, pero ella me grita con entusiasmo que lo rompa, así que me río y lo rompo por la mitad. ¡No me lo puedo creer! Es el libro que llevaba tiempo queriendo comprarme, pero nunca encontraba el momento. Se titula “El muñeco de nieve” de Nesbo Jo. Es una novela de intriga y misterio, las cuáles me encantan. Tengo en mi casa una enorme estantería repleta de libros de ese tipo. Qué bien me conoce. Me levanto y le doy un fuerte abrazo. Ya son las 14:00. Recojo mis cosas, más animada, y salgo con ella de la oficina. Charlamos sin parar, nos montamos en el ascensor, cotilleamos sobre los chicos de allí y nos reímos. Cuando salimos del edificio, nos despedimos, ella gira hacia la izquierda y yo hacia la derecha. Camino, leyendo la primera página del libro. Cuando la termino, lo meto en mi bolso. Incluso con la primera frase ya me tiene intrigada. Ando sumida en mis pensamientos, pero siento algo raro. Giro lentamente la cabeza, pero no hay nadie. Creía que alguien me estaba siguiendo. Me río. Me adentro demasiado en las novelas y, después, mi imaginación me juega malas pasadas. Sigo mi camino y, de pronto, alguien me tapa los ojos con una venda, me quita el bolso y me ata las manos. Todo sucede en un segundo. ¿Qué está ocurriendo? Empiezo a gritar, pero me tapa la boca con otra venda, así que nadie me oye. No puedo correr, ni ver, ni hablar. No puedo hacer nada. Siento que me lleva, andando, por unos callejones. Las lágrimas salen de mis ojos, pero ese trapo me las retiene y no pueden liberarse tampoco. Es inútil gritar así que, aunque estoy más que horrorizada, me callo y agudizo el oído. Todo está en silencio, no pasan coches, me lleva a un paso muy rápido e intento no tropezarme. Nos paramos, escucho que se abre la puerta de un coche y me mete dentro. No consigo mantener el equilibrio y caigo tumbada, en el asiento, de lado. El coche se pone en marcha. Quién diría que esto me ocurriría a mí. Yo quería ser la detective que resolviera el caso, no la chica secuestrada. Sigo llorando y me acuerdo de mi familia. Resulta increíble que me enfadara con ellos por no haberse acordado de mi cumpleaños. Ahora me da todo igual, quiero verles. No se escucha a nadie hablar, sólo mis sollozos. No sé exactamente el tiempo que ha pasado. El coche se detiene, alguien se baja de él y me saca de allí. Intento reconocer algún olor, algún sonido, pero nada. Me parece que se abre la puerta de un edificio. Me lleva dentro y me sienta en una silla. Tengo miedo. Me quita la venda de la boca, por fin. Una voz de hombre dice “silencio”. Estoy cansada, no tengo fuerzas para gritar más. Tengo el trapo de los ojos mojado por las lágrimas. Esto es horrible. De repente, me quita el pañuelo de las manos. Me froto las muñecas. Y, en un segundo, me quita la venda de los ojos. Me quedo alucinada. Veo que en un cartel hay escrito: Eres la protagonista de tu propia novela de misterio. Aunque ya no tenga nada que me sujete, me quedo inmóvil. Toda mi familia y amigos salen, de pronto, detrás de los sofás, puertas y muebles. Empiezo a llorar y a reírme. No sé cómo sentirme. Le pego en el brazo a mi secuestrador, mi primo. Observo que está mi amiga Marta, también cómplice. Todos se reúnen a mi alrededor y yo en medio, haciendo un abrazo común. Les odio, pero les adoro. La próxima vez tendré más cuidado con lo que desee porque, en un segundo, se puede hacer realidad.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Tus conocimientos a prueba.

 Vuelve la época de exámenes. Ese periodo en el que te agobias, cada segundo, porque no te da tiempo a estudiar todo o a realizar los trabajos que te exigen. Cada vez tienes menos días libres, ves a tus amigos menos pero, cuando os veis, disfrutáis el doble. Es típico que te pases el día estudiando todo lo que crees que entrará, pero al final cae en el examen lo que te leíste por encima o lo que ni siquiera miraste. También lo es el hacer los deberes o trabajos el ultimo día,  diciéndote que para la próxima vez lo harás en seguida, pero volverá a ocurrir lo mismo. De pequeños, en el colegio, si el profesor te mandaba hacer dos páginas con algunas actividades, estaba loco y te quejabas porque no tendrías tiempo para jugar y ni para ver la televisión. Cuando pasó el tiempo y entraste en el instituto, empezaban los trabajos, las exposiciones y los temores a hablar en público. Después, cuando eres más maduro, entras en bachiller y no dejan de hablarte sobre tu futuro, te agobian con selectividad para que te conciencies sobre lo que tendrás que hacer y cómo. Estos son los cursos más duros de todos los anteriores porque tienes otras responsabilidades, tomando las decisiones que crees correctas sobre tu futuro. Cuando pasas esta etapa y entras en la universidad, te parece increíble el rápido paso del tiempo. Miras atrás y ves el resultado de todo el esfuerzo y horas de estudio que realizaste. Estés en un lugar educativo o no, la vida siempre te pondrá a prueba. 


domingo, 1 de diciembre de 2013

La magia de la Navidad.

 Llega  el invierno y con él los abrigos, las bufandas, que se te ponga la nariz y las orejas coloradas a causa del frío o parecer dragones cuando respiramos, echando fuego invisible. Hay personas a las que no les gusta la Navidad por viejos recuerdos o por muchos motivos, pero a mí, personalmente, me parece algo precioso. Cuando llega, miras a tu alrededor y ves troncos rodeados de luces, calles iluminadas con distintos colores o árboles navideños espectaculares para que, cuando pases por al lado, te detengas, los observes y se produzca un ambiente perfecto. Cada uno de tus sentidos recibe algo: Ves un entorno maravilloso. Escuchas a la gente cantar, reír, charlar. Hueles ese olor a castañas por la calle, un aire diferente. Saboreas una comida preparada para que la disfrutes y te caliente esa garganta fría. Tocas la nieve, las ramas de un iluminado árbol, coges de la mano a una persona, sientes un frío beso en tu mejilla. La Navidad también hace que te reúnas con tu familia, amigos o personas que no veías desde hace tiempo. Esas cenas familiares donde no podéis parar de reír, os contáis todas las novedades  y coméis hasta no poder más. En este tiempo es imposible resistirse, por mucho que nos neguemos,  a los mantecados, bizcochos, roscos y demás dulces que no nos ayudan a adelgazar, pero que nunca pueden faltar. Con el frío llegan, a la vez, esos abrazos calentitos que recibes, esos besos bajo las luces que iluminan tu noche o poder disfrutar, en la mejor compañía, de un ambiente y unas vistas increíbles. Con el frío, llega la magia de la Navidad.  





lunes, 25 de noviembre de 2013

Leer los pensamientos.

 Todos tenemos ese algo especial que nos caracteriza. El que te hace reír, por su alegría. El que gana todos los partidos, por su esfuerzo y dedicación en el deporte. El que te hace llorar cuando toca un instrumento, por la delicadeza y belleza que transmite. El escritor que te emociona con sus palabras, repletas de sinceridad y tiempo dedicado a ellas. Éste último siempre busca expresarse de la mejor manera y poder desahogarse. Cada uno puede escribir de diferente forma, ya sean textos cortos, largos, con preguntas o una pequeña frase, pero el objetivo siempre es el mismo: que leas sus pensamientos, que te sientas identificado y que sus palabras te devuelvan algún viejo recuerdo, que hace tiempo guardaste en un escondido rincón de tu memoria, y que consiga dibujarte una sonrisa inesperada. Existen miles de dones descubiertos y a punto de descubrir. Encuentra el tuyo. 


domingo, 24 de noviembre de 2013

Soñar o vivir tu realidad.

 Días en los que no te quieres levantar o noches en las que no te quieres acostar. Personas a las que no quieres ver o personas a las que no quieres dejar de ver. Besos que te niegas a dar o besos que no puedes parar de dar. Ver un arcoíris o ver un cielo grisáceo. Reír o llorar. Un pasado triste o un pasado feliz. Escuchar un “hola” o escuchar un “adiós”. Imaginar la meta o llegar a la meta. Decir la verdad o mentir. El primer abrazo o el último abrazo. Luchar por lo que quieres o quedarte sentado. Pronunciar un “te quiero” y escuchar un “yo también te quiero” o pronunciar un “te quiero” y escuchar un silencio. Personas con mentes cerradas o personas con mentes abiertas. Puede ser el comienzo de algo o puede ser el final. Siempre sucederá una cosa y otra, quieras o no. Las opciones serán diferentes según el camino que elijas. La vida te da la oportunidad de elegir la opción que te gustaría tomar pero no eres consciente de ello, así que ésta no espera y elige por sí misma una solución inesperada. Cada día, cada tarde y cada noche es una caja de sorpresas. No puedes controlar las cosas aunque te empeñes en ello. Puedes vivir en tu sueño o vivir tu realidad.


miércoles, 20 de noviembre de 2013

Todo comienza con un "ojalá".

 Sueñas o mantienes esa pequeña esperanza con un "ojalá". Objetos, sentimientos o personas que pasan por tu cabeza o corazón. Ideas de futuro que desearías alcanzar, pero todo termina con un suspiro acompañado de ese típico "ojalá". Una simple palabra que contiene deseos, sueños y esperanzas que esperan ser cumplidas pero, sin embargo, ves la meta demasiado lejos o imposible de conseguir. Nada es imposible si lo intentas. Si realmente quieres algo, tienes que ir a por ello, evitando los "pero" o los "¿y si...?" que se interpondrán, sin dudar, en tu camino, haciendo que te pares en seco y sólo mires el lado negativo de tu objetivo. Es cierto que todas las decisiones tienen partes positivas o negativas y hay que reflexionar sobre cada una de ellas pero, si te pasas todo el tiempo estudiándolas de cerca para no cometer fallos, nunca avanzarás. La vida es experta en enseñarte a base de errores, los cuales hacen que aprendas la lección e intentes cambiarla. Aunque tú te pares, tu alrededor seguirá moviéndose. No te quedes mirando por la ventana, sal ahí fuera y actúa. Porque llegará el día en el que cruces la meta y digas "por fin". 


miércoles, 13 de noviembre de 2013

El cielo es el protagonista.

 Te sientes tan pequeño cuando miras al cielo infinito, repleto de estrellas que iluminan nuestra noche más oscura. Hay alguna que otra que intenta destacar, brillando más fuerte que ninguna, sintiéndose la más popular entre las demás. La luna, girándose poco a poco para dedicarte, cuando la mires, una bella y permanente sonrisa durante toda la noche. Es el centro de muchas películas, canciones y fotografías que la contemplan y describen, mostrando su belleza. Siempre te brinda su más hermoso resplandor y, aunque las nubes intenten apagarlo, nunca desaparece. Quién no se ha perdido en la infinidad de tan bonitos paisajes. A veces, miras allá arriba pensando en las personas que se marcharon de tu lado para mudarse a otro mundo mejor. Éstas bajan aquí, convertidas en gotas de lluvia inesperadas, que acarician tu rostro y te hacen mirar hacia arriba o en ligeras brisas que hacen que te abroches un botón más de tu abrigo. El cielo es el protagonista de cada uno de tus días. Nosotros le regalamos a él, y a las personas que lo acompañan, globos que suben y suben, intentado tocarlo. No hay nada más bonito que ver un globo flotando en el aire, dirigiéndose hacia donde el viento le lleve, sin planear el camino, y, hagas lo que hagas, siempre te pararás y lo observarás, llamándote la atención algo tan simple pero que puede tener muchos significados como, por ejemplo, que a un niño se le haya escapado de sus pequeñas manos y llore porque se haya ido sin avisar, que alguien lo haya echado a volar, en señal de un familiar fallecido, como recuerdo, o que unos solitarios globos de colores iluminen nuestro día grisáceo y nos hagan sonreír ante la tristeza. Tengo envidia de los pájaros, tan libres, rozando el cielo, observándonos desde allá arriba, contemplando cada movimiento del mundo, viajando. Hasta el pájaro más diminuto se siente gigante cuando vuela. 

Deberíamos aprender a sentirnos como ese globo, ese pájaro o esa primera gota de lluvia. Vivimos tan estresados, corriendo de un lado para otro, que no nos damos cuenta de todos estos pequeños detalles que se nos regalan cada día y, por ello, nos hacemos creer que todos los días son iguales, teniendo una rutina que hay que seguir pero, si nos salimos de nuestros propios esquemas y aprendemos a observar, tendremos una visión de la vida mucho más bonita y diferente. 

jueves, 7 de noviembre de 2013

Los últimos "te quiero".

 Son las cinco de la mañana. No puedo dormir. Miro el reloj deseando que pasen las horas rápidamente para ver a mi hija. Cuánto la echo de menos. Se tuvo que ir del país para trabajar. Hace año y medio que no la veo. Me ha estado enviando cartas escritas por ella, una tradición entre nosotras. Nada de móviles, nada de ordenadores, cartas. Más de doscientas tengo. Cada una que recibía la leía, releía y volvía a releer. Olía siempre el perfume que dejaba en el papel. Su perfume. He estado hablando con ella todo lo que hemos podido, menos del tiempo que deseaba pero, con escuchar su voz alegre y saber que estaba bien, me era más que suficiente. Una madre no pide más para su hija. Su vuelo llega a las ocho de la mañana. Estaré allí la primera. Estoy bastante nerviosa, eufórica, emocionada. Decido levantarme y prepararme el café, no puedo estar más rato en la cama. Pongo la mesa y preparo, para ella, un zumo de naranja, dulces y tostadas de tomate y aceite. Me dijo que echaba mucho de menos mi comida. Pobrecita. También le compré unas ropas que seguro que le encantarán. Son muy modernas y abrigaditas. Con el tiempo que hace, son necesarias. Le gusta ir a la moda. Siempre me ha estado aconsejando por teléfono dónde comprar, las nuevas tendencias y qué ropas ponerme para cada ocasión. Ya son las siete, me voy vistiendo y poniendo guapa para verla. No me puedo creer que por fin haya llegado el día. De pronto, suena el timbre de la casa. Espero no perder mucho tiempo sea quien sea, tengo que llegar antes de la hora al aeropuerto. Abro la puerta y no hay nadie. Qué raro. La cierro y voy a mi habitación para terminar de arreglarme. Al rato vuelve a sonar el timbre. La abro rápidamente, para pillar al graciosillo, y allí la veo, delante de mí. Mi niña. Al principio no reacciono. ¡Es ella! Ya está aquí. Nos fundimos en un gran abrazo lleno de lágrimas. Su vuelo se ha adelantado. Cómo ha crecido, madurado, cambiado. Está guapísima. Desayunamos juntas, charlamos sobre montones de cosas, nos contamos todas las novedades. Después, vemos nuestra película preferida, tumbadas en el sofá y comiendo palomitas. El tiempo siguiente lo hemos pasado fuera, en la ciudad. Qué bonito y diferente se ve todo cuando tienes a un ser querido a tu lado pero, cuanto más lento quieres que vaya el tiempo, más rápido pasa. Ya es de noche, hemos cenado y vuelto a casa. Ha sido un día agotador, lleno de energía, emociones, recuerdos. Reviviendo el añorado pasado. Ella quería dormir conmigo, así que nos dormimos y le abrazo bien fuerte, protegiéndola del mundo, como cuando era pequeña. La parte triste de mi historia llega en unas cuantas horas. Tiene que estar en el aeropuerto a las siete y media. Sólo ha podido quedarse un día. Se tiene que ir. Tristemente, tiene que volver. La levanto a las seis y media, le peino con cuidado aquel cabello largo y ondulado y terminamos de preparar juntas las maletas. Cada minuto que pasa es una espina más en el corazón. Un minuto menos a su lado. Llegamos al aeropuerto a las siete. Sacamos el billete y esperamos en los asientos. No hablamos, sólo nos abrazamos una y mil veces más. Las siete y media. Llegaron las lágrimas, los abrazos ahogadores. La veo alejarse de mí. Mi pequeña y dulce hija. Aunque me lo prometí, para no hacerla sufrir, no puedo dejar de llorar.
Eso es lo que están consiguiendo, que cada vez más padres vean marcharse a sus hijos fuera para ganarse la vida, que lleguen los últimos “te quiero”. Porque es así y no hay nada más doloroso.


Sentimientos distanciados.

 Observo aquella fotografía que nos hicimos el primer día que lo conocí. Dos felices e inocentes jóvenes sonriéndole a una cámara. Ninguno de los dos, reflejados en aquella imagen, imaginábamos cómo estaríamos ahora, juntos. Desde el primer segundo que le vi no lo imaginaba, lo soñaba. Es de otra ciudad pero, una espléndida tarde, vino con sus padres a visitar a los míos, los cuáles son amigos desde pequeños. En esa noche, algo cambió, saltó una chispa invisible entre nosotros, pero ambos la sentimos. Pasaban los días y deseaba estar a su lado, poder abrazarlo a cada minuto, darle besos infinitos, cantarle al oído mis mejores canciones, compuestas sólo para él. Porque es único. Creí que mi amor no sería correspondido, un chico tan especial y maravilloso con una chica como yo, sencilla y común. Aunque, después de hablar por ordenador, teléfono o vídeo llamadas durante semanas, una noche nos conseguimos ver y tuvimos nuestro primer beso. El problema era y es la distancia. Nos queremos a pesar de ésta pero, aún así, nos complica el camino. Además, y por si fuera poco, un día que su familia y la mía quedaron para verse, comenzaron a hablar sobre las relaciones a distancia, cotilleando sobre la hija de uno de sus amigos. Empezaron a reírse y estaban en contra. Decían que mantener el amor, habiendo tantos kilómetros de por medio, era imposible. Que todo serían problemas para los dos y para ellos, los padres. No lo aceptaban. Él y yo nos mirábamos en silencio, no sabíamos qué hacer. Decidimos mantener lo nuestro en secreto. Llevamos juntos un año, a pesar de todos los obstáculos que se nos han presentado, porque nuestro amor lo supera todo. En este año, ha estado viniendo en coche a mi ciudad, sin que mis padres ni los suyos lo supieran. Sólo nos podemos ver unas cuantas horas en el día, una vez a la semana, y después tiene que irse para que nadie sospeche nada. Cada segundo a su lado es mágico, guardándolo en mi corazón; cantarle, ser abrazada, sentirme protegida, besarnos, oler su aroma en mi ropa. Aunque sea poco tiempo no importa, porque unas horas a su lado valen más que todo el oro del mundo.

Hay personas que tienen una mente cerrada. Deberían dejar que las demás vivan la vida a su manera, no oponerse a sus decisiones, al amor. Son sus errores, sus aciertos. Son sus vidas y ellas eligen.


miércoles, 30 de octubre de 2013

Mi mundo en mil pedazos.

 Aún recuerdo aquel día en el que todo mi mundo se rompió en mil pedazos. Él era mi mundo, lo completaba. Sus brazos rodeándome; el lugar más seguro de la Tierra. Sus labios; más tiernos y dulces que cualquier fruta. Su pelo; ese al que a él le encantaba que le acariciase, despeinándole. Su sonrisa;  aquella que, con sólo mirar, me decía que todo iría bien. Éramos dos pájaros libres que volaban sin temor a la lluvia, los truenos o las nubes. Llevábamos siendo novios seis maravillosos años. Teníamos peleas, pero siempre volvíamos a reconciliarnos. Nos queríamos con locura. Un amor de cuento, con el que todas hemos soñado de pequeñas. La princesa estaba triste y sola en la torre, llevaba esperando mucho tiempo y ningún príncipe venía en su caballo blanco a rescatarla. Ésta se cansó de esperar y se fue sentando, lentamente, en el filo de su ventana. Aquella por la que estuvo mirando mil amaneceres, a la espera de un nuevo día. Ella decía que una vida sin amor no era vida, así que, olvidándose de todo, se tiró pero, en el último segundo, no cayó al suelo sino en los brazos de un apuesto príncipe, montado en moto, que la salvó. La salvó de sus miedos, inquietudes, desilusiones, protegiéndola del mundo. Éste era mi cuento. Todo era perfecto. Una mágica noche, fuimos a cenar a mi restaurante preferido. Mi chico pidió una cena especial y yo no sabía la razón. La música era cálida y acogedora. Cuando terminamos de cenar, él se levantó y me apartó la silla. Le di un beso, vi que se tropezó y cayó al suelo. Fui a ayudarle y, de pronto, estaba de rodillas, sacando una cajita con un anillo dentro, a la vez que me pedía ser su esposa. Le dije que sí y todo el restaurante se puso a aplaudir. Los siguientes años en los que empezamos a vivir juntos, fueron estupendos. Empezamos a organizar y a preparar la boda. Nos fuimos estresando, alguna que otra pelea, enfados, pero todo terminaba con un beso. Excepto una noche. No recuerdo bien la pelea, aunque fue bastante fuerte. Era de noche y  se marchó de casa realmente enfadado. Cogió su moto y yo le pedía, entre lágrimas, que no se fuera. Se fue. Estuve en casa desesperada, llorando. Pasaba las horas en vela, sin saber nada de él. Llamaba a su móvil, nadie respondía. Me fui a la cama a intentar descansar, aunque era imposible. Miré el reloj y eran las tres de la mañana. Conseguí cerrar los ojos y dormir unos minutos. De pronto, los abrí y mi corazón empezó a latir muy fuerte. Me desperté asustada y con lágrimas en los ojos. Algo estaba ocurriendo. Me puse a andar por la casa y me llamaron al móvil. Era su número, al fin. Volví a respirar. Lo cogí y empecé a hacer preguntas, pero la voz que sonaba al otro lado de la línea era de otro hombre. Estuvimos hablando unos minutos. Me congelé. El móvil se me cayó de las manos, no respiré, no reaccioné. Me tiré al suelo y afloraron de mí unas lágrimas que nunca hubiera creído que saldrían por ese motivo. Un increíble motivo. Él ya no estaba en este mundo. No estaba. Tuvo un accidente con un coche en su moto. Salió disparado y murió en el acto. El aire no entraba ni salía de mí. Me quedé en un rincón. Pasaron los días, las semanas. Me daba miedo salir a la calle. Ver cosas que me recordaran a él, que era básicamente todo. Dejé todas las cosas de la casa tal y como se quedaron. No me importaba el desorden. Hasta que llegó una tarde que decidí salir. El aire fresco me acarició. Los pájaros cantaban, felices. Todo el mundo lo parecía. Irónico. Empecé a caminar. Le hice una promesa: “Nunca te olvidaré. Viviré por ti todo lo que nos quedó por vivir”. Aún recuerdo aquel día en el que todo mi mundo se rompió en mil pedazos. 


jueves, 24 de octubre de 2013

Almas solidarias.

 No sé qué hacer hoy. Son las seis y media de la tarde y no tengo ningún plan. Me siento en el sofá y enciendo la tele. Paso los canales, sin detenerme en ninguno. Toda la información que dan son sobre cosas tristes: terremotos, pobreza, crisis, personas que se quedan sin  casa, paro, llantos. ¿Qué está pasando con nuestro mundo hoy día? Últimamente escasean los programas donde dan buenas noticias, los que son solidarios, donde te ríes o lloras de la emoción, por las personas tan humanitarias que existen. Esos son los que realmente merece la pena ver. Decido apagar la tele. Me quedo pensativa. Se me pasan unas cuantas ideas por la cabeza. Sonrío. Me levanto de un salto y me dirijo a mi habitación. Abro el armario y empiezo a sacar ropa que ya no me pongo o que se ha quedado vieja y las meto en una bolsa grande. Después cojo mis libros preferidos, los adentro en mi mochila y, por último, cojo un poco de dinero para tomar algo. Me abrigo. Me pongo un gorrito, una bufanda y salgo de la casa con un entusiasmo que hace tiempo que no sentía. Tengo varios destinos. Primero camino hacia la casa de mi mejor amigo. Él lleva la ropa, la que la gente no quiere, tira o no usa, a lugares de pobreza. Es algo que admiro. Le doy la gran bolsa y me lo agradece de todo corazón. Salgo y me dirijo hacia la biblioteca. Ese lugar donde me encanta ir. Repleta de silencio, con un aire lleno de cultura, ganas de leer, saber y aprender. Allí entrego mis libros favoritos, no porque ya no quiera leerlos más o me hayan aburrido, al contrario. Quiero donarlos. Quiero que los demás jóvenes o adultos puedan disfrutar de su lectura y se emocionen tanto como yo lo hice. Me siento feliz. Ayudar a la gente es algo que me llena muchísimo. Me entra un poco de hambre y voy hacia una cafetería donde tienen el mejor café que he probado nunca. Mis pasos son tranquilos, sin prisas, disfrutando de mi alrededor y respirando hondo. Por el camino me paro y observo a una persona que canta de una manera espectacular y toca la guitarra. Le echo un par de monedas. Me mira y sonríe sinceramente. Prosigo mi camino. Sólo me quedan dos monedas, lo justo para mi café calentito y un dulce. Ya estoy a la vuelta de la esquina para llegar. ¡Qué frío! Me voy deteniendo lentamente. Observo a un pobre anciano que está sentado en el suelo. Sólo tiene puesto una camisa rota y un pantalón. Está acompañado de un perro, el cual está muy delgado. Esa persona no pide dinero pero tiene algunas monedas a su alrededor. Noto que lleva mucho tiempo allí, pero no le doy el dinero. Entro en la cafetería y me pido un vaso de leche grande y un pastel, de esos que te dejan con la barriga llena. Pago, salgo con estas dos cosas en la mano y me dirijo hacia aquel hombre y su perro. Le dejo el vaso y el pastel en el suelo, a su lado. Ambos me miran extrañados. “¿Qué está haciendo esta chica? ¿Estará envenenado como para que me lo dé a mí?” Se preguntaría. Lo único que le digo es “No se preocupe, cómaselo, es uno de mis preferidos”. Le sonrío y me voy. Cuando estoy a unos pasos más lejos, me doy la vuelta y observo que los dos están probando delicadamente aquel alimento que, para nosotros, es algo normal y a veces no apreciamos su sabor, pero para él es algo maravilloso. Veo que me mira desde la distancia y, aunque no me diga nada, me agradece con sus ojos lo que su corazón siente. Le devuelvo mi mejor sonrisa y sigo mi marcha. Aunque siga teniendo hambre, irradio felicidad. “¿Por qué?” Os preguntaréis. Es simple. Porque si no nos ayudamos los unos a los otros, ¿quién más lo hará?


martes, 22 de octubre de 2013

Las afiladas garras del amor.

 ¿Qué es el amor? ¿Alguien lo sabe o lo ha sentido realmente? Es algo muy complejo. Puede que sea  una simple palabra, pero está repleta de mil sentimientos diferentes. Ni un simple diccionario sabría definirla realmente. Es algo que no se explica, se siente. Puede que te llegue en el momento menos esperado, con la persona que menos te imaginabas o puede que ese amor se haya conseguido después de una larga trayectoria luchando y esforzándote por tener a esa persona especial a tu lado, esa que hace que no puedas dormir, que te saque una sonrisa con la cosa más mínima, esa con la que necesitas hablar y estar en todo momento para sentirte completo. Una simple mirada, un abrazo, una palabra, un beso, una llamada. Cualquier pequeño gesto recibido de esa persona hace que tengas una sonrisa permanente durante todo el día. Pero no todo lo maravilloso dura eternamente. Igual que todo lo que sube, baja, todo lo que empieza, tiene un final. Ese romántico comienzo puede ocurrir a cualquier edad y, ese triste final, cuando menos te lo esperas. Dentro de muchas parejas, uno quiere más que el otro. Puede que esa magia se acabe y que ya no la sienta una de las dos. Es aún más doloroso si la persona a la que han dejado, todavía está enamorada de la otra. Por triste que sea, si ese amor ya no es sentido y se fue, aunque nos dejemos la piel en ello, no volverá. Es típico que, cuando estás con alguien que amas, les digas a todos que el mundo es perfecto, que jamás se podría ser más feliz y que, cuando esa relación se termina, les digas que no tengan pareja, que no merece la pena, que es mejor estar solo, pero la vida da mil vueltas. Siempre te tendrá preparada una sorpresa, a una persona. Por  mucho que nos neguemos, siempre volveremos a caer en las afiladas garras del  amor.




martes, 15 de octubre de 2013

Nada es fácil.

 Nada es fácil pero ¿hay algo que verdaderamente lo sea? La vida es una montaña rusa. Cuando todo parece que va bien aparecen las cuestas, los giros, las subidas y bajadas. Hay constantes obstáculos en tu camino. A veces, no sabes cuál es su fin y te estorban, pero llega un día en el que lo comprendes todo. La vida es una ecuación matemática infinita pero, con un poco de ayuda, conseguirás resolverla, sin importar el tiempo que tardes. Siempre hay que tener un sueño, una ilusión que te motive para levantarte cada día y, si es posible, con una sonrisa. Hay situaciones o personas que te la intentarán robar del rostro, pero debes renovarla  porque no hay nada más bonito, gratis y simple. La felicidad y las ganas de luchar son imprescindibles para sobrevivir en este océano lleno de oleaje, preparado para hundir tu barco en cualquier momento. Hay amistades o amores difíciles, a distancia, despedidas, llantos, mentiras, muertes. Pero también hay relaciones que duran toda la vida, reconciliaciones, risas sinceras, sentimientos profundos, vida. Debes mirar el lado bueno de las cosas e ignorar el resto. Es muy fácil decirlo pero no hacerlo, lo sé. Aún así, debes luchar por lo que quieres, nunca te rindas, elimina de tu vida a aquellos que intentan hacerte daño, supera tus pequeños miedos y consigue tus grandes logros. Porque nada es fácil, pero todo merece la pena. 

Nunca te detengas.

 Me encuentro en mi habitación. Un delicado piano suena a través de los pequeños altavoces, llenando aquel espacio tan grande de tranquilidad y armonía. Me ayuda a relajarme y a pensar con claridad. Estoy sentada, con el punto de mira en un papel en blanco y un lápiz, haciéndole compañía. Juntos han creado bellas historias que han hecho emocionarse a pequeños y grandes lectores. Ahora intento crear una nueva. Las ideas fluyen en mi mente como pájaros veloces, pero no me da tiempo a atrapar ninguno. Pequeñas frases, cortas historias surgen en un instante y se desvanecen. De pronto, un pájaro de mi cabeza se posa en un árbol y empieza a cantar. Lo contemplo cuidadosamente, para evitar que se asuste y eche a volar. Ya lo tengo. La inspiración reaparece como si hubiera estado ocultándose, pero nunca se hubiera ido. Cojo el lápiz y veo que, en aquel papel solitario, se van uniendo cada vez más palabras, reflejando lo que mi cabeza piensa a toda velocidad, orgullosa por el gran final que será escrito en minutos. Ya acabé. Releo y analizo las palabras. Cada una me transmite algo diferente y eso es lo que quiero. Me levanto de aquella silla y salgo por la puerta. Me dirijo al lugar donde se encuentra mi superior. Las dudas por el camino de si aquella historia será buena, si será una tontería o se reirán por lo que he escrito, me empiezan a invadir. Me paro y doy un paso atrás. No sé qué hacer. Vuelvo a leerla despacio, en contraste con el exterior que está en continuo movimiento. Respiro y le hago caso a mi intuición. Sólo me dice “adelante”. Avanzo, llego y entro al edificio. Ya estamos mi jefe y yo sentados. Él lee mientras yo le observo. Tras varios e interminables minutos, las siguientes palabras que salieron de su boca se me quedarán grabadas para siempre: “Enhorabuena, esta historia es fascinante, la mejor que he leído hasta ahora. Siga así, superándose a sí misma”. Salgo de allí rápido, deseando gritar y dar saltos de alegría. 

 Cuando tengas una idea, muéstrala. No te avergüences de expresar o tener miedo a lo que piensen los demás. Coge a ese pájaro, enséñale a cantar y déjalo libre. Porque una pequeña idea puede hacer que tu vida avance a pasos agigantados. 


viernes, 11 de octubre de 2013

Crea tu propia historia.

 Son las nueve de la noche, ya está oscuro. Paso la página de mi libro favorito, leo con rapidez y paso a la siguiente. Devoro las palabras como si cada una de ellas fuera la última. Llego al final de aquella historia tan maravillosa, un final que no me esperaba, sorprendente, de los que te dejan con ganas de más. En los libros siempre ocurre una contradicción: No queremos terminarlos porque no continuarán pero, a la vez, es imposible parar esas ganas de leer y saber cómo acaba. Cierro el libro, lo dejo en la cama, me levanto de un salto e intento peinar este pelo rebelde. Después, cojo mi reproductor de música con los auriculares y salgo a la calle. Respiro hondo y sonrío. Soy feliz. No me ha ocurrido nada en especial, simplemente, lo soy.  Hoy en día, las personas alegres y sonrientes están en peligro de extinción. Aunque las cosas nos vayan mal, no puedes acostarte sin haber sonreído una sola vez en todo el día. Empiezo mi camino sin ningún rumbo fijo, mientras voy tarareando y paseando al ritmo de las canciones que sólo yo puedo escuchar. Hoy hay bastante gente en las calles de la ciudad. La luna llena está preciosa, nos observa y sonríe, con su dulce rostro. Ilumina nuestro camino y hace que todo parezca especial. Observo. Me gusta imaginar la vida de las personas que encuentro a mi alrededor, por un instante. Algunas regresan del trabajo, serias y pensativas. Otras se van de fiesta, perfectamente arregladas y maquilladas. Aquellos de allí seguro que no se ven desde hace mucho tiempo, se están dando uno de esos abrazos ahogadores que te dejan sin respiración. Por aquí viene un grupo de extranjeros, mirando impresionados este increíble lugar, les sonrío y sigo andando. A mi derecha pasan una pareja de ancianos enamorados, cogidos de la mano y, con la otra, sujetan sus viejos bastones. Desprenden tal juventud y energía que me hacen sonreír. Me gustaría estar así a su edad. Puede que muchos también se imaginen mi vida al verme pasar. Me paro en seco. Pienso. ¿Sabes lo que voy a hacer? Voy a crear mi propia historia. 

miércoles, 9 de octubre de 2013

Pequeños seres, grandes sentimientos.

 Me gustaría dedicar este espacio a las mascotas. Hay tanta diversidad de mascotas, como dueños. Cada uno tiene su personalidad y, dependiendo cómo sea, elegirá un tipo de animal u otro. Aquí hablaré, en especial, sobre los perros. Son esos animales que, ya sean grandes o pequeños, de raza o callejeros, te dan todo el cariño que necesitas sin pedir nada a cambio. Sólo quieren un hogar y personas que los cuiden y los quieran. Cuando estás sólo, nunca te abandonan. Te dan esa compañía especial que nadie más te da. Por mucho que los eches, siempre vuelven. No son como nosotros, no guardan ningún rencor, no juzgan, no critican. Quieren pasar todos los días a tu lado. Tienen muchos momentos graciosos como, por ejemplo, hacer que tiras la pelota pero no, se vuelven locos buscándola y van a por ti, que se queden dormidos encima tuya, escuchando los latidos de tu corazón o que te pongan carita de pena cuando estás comiendo, les dices que no y al final le das un trozo sin que tus padres te vean. Cada momento con ellos se queda en el recuerdo para siempre. Una cosa en la que son iguales a los humanos es que, por desgracia, algún día tienen que morir. Muchas personas no tienen mascotas porque se les coge un cariño especial y, después, desaparecen. Pero es el ciclo de la vida, no podemos hacer nada. Aunque para muchos, los sentimientos que te proporciona un perro a lo que te da una persona no sea lo mismo, para mí lo es. Para mí, un perro es una persona más. En los peores casos, hay animales que sufren mil crueldades de sus dueños: los abandonan a su suerte, porque se han hecho grandes, se han cansado de ellos o ya no sean tan bonitos como de pequeños. Son envenenados por personas que no tienen ni cabeza ni corazón. Son maltratados con piedras o cuerdas por hacer cosas de perros. Hay animales que se comportan como humanos y humanos que se comportan como animales. Por eso, antes de comprar o adoptar a un perro, piensa antes en todo lo que supone y, si estás preparado para las mil aventuras que pasaréis juntos, adelante. 


martes, 8 de octubre de 2013

Mi abuelo Matías.

 Estoy esperando en un incómodo asiento de un lugar que a nadie le gusta visitar. Estoy sola. Mis padres tuvieron un accidente de coche, ocurrió un día de diluvio. Ahora tengo diecinueve años, aquel día tan sólo seis. En ese tiempo no entendía lo que pasaba. Empecé a vivir con mi abuelo Matías desde entonces. Dejé de ver a mis padres y de estar con ellos cada día, pero no sabía por qué. Nadie me explicaba nada. Cómo explicarle a una niña que sus padres están en el cielo y no los volverá a ver. Mi querido abuelo me dijo que estaban de viaje, así que dejé de preguntar y pasamos los años más felices que recuerdo. Con el tiempo veía que a las demás niñas de mi colegio las recogían sus padres, que las charlas sobre los amores adolescentes, entre padres e hijos, yo las tenía con mi abuelo. Empecé a intuir lo que pasaba, pero me daba miedo creerlo y saber la verdad. Con doce años la supe. Me costó algunos años superarlo pero, gracias a mi Matías, lo conseguí. Ya estaba más viejecito. Corría y jugaba conmigo menos, pero tenía la suficiente fuerza como para darme unos abrazos que dejaban su perfume en mi ropa y unos besos que me dejaban sorda. 

 Ahora estoy esperando en un hospital, en un día triste y gris, mirando el reloj que hay colgado en una pared. Parece que se burla de mí, como si las agujas no se moviesen y el tiempo no avanzase. Mi abuelo está en quirófano, rodeado de cirujanos que le están operando de una enfermedad del corazón. Yo sé que saldrá de allí, con la misma energía que siempre ha tenido. Lo sé.  

 No me gusta este ambiente. Personas llorando, heridas, sangre, camillas que pasan rápidamente, olor a guantes de plástico, a hospital. Llevo esperando seis interminables horas. Algunos médicos, que pasan veloces, me miran con gesto preocupado. No quiero ponerme nerviosa. No puedo evitarlo. Ya lo estoy. Le pregunto a una enfermera y me dice que la operación se ha complicado. No quiero llorar. Me sale una lágrima, seguida de todas las demás. Al final caigo rendida en el asiento y me quedo dormida. 

 Alguien me llama y abro los ojos. Miro a una enfermera, que me coge suavemente la mano, y miro el reloj. Llevo diez horas en aquel hospital. La enfermera me mira cálidamente. No quiero temerme lo peor. No, por favor. Tras un largo minuto de silencio, la una al lado de la otra, me aprieta la mano y veo que saca una pequeña sonrisa de su rostro. Mi abuelo Matías ha superado su dura y larga operación con éxito, como un valiente. Le doy uno de esos abrazos especiales a la enfermera y veo que mi abuelo sale en una camilla. Me pongo a su lado, me dedica la sonrisa más preciosa del mundo y me coge la mano con esa fuerza que siempre tuvo. Sabía que mi abuelo era un luchador y nada podría vencerlo. Lo sabía.



domingo, 6 de octubre de 2013

Olvida tus miedos.

 Todas las personas tenemos miedo a algo. Los niños pequeños tienen miedo a los monstruos que hay en el armario, debajo de su cama, a que el Coco les coma por la noche si no se duermen, o a acostarse tarde el día de reyes, que no les traigan regalos y encontrarse carbón por la mañana. Los adolescentes tienen miedo a los constantes cambios que se producen en su camino, al amor o al futuro. Los adultos tienen miedo a no tener suficiente dinero para cuidar a su familia, a las facturas, a quedarse sin trabajo y a miles, y duras, responsabilidades. Los ancianos o abuelos tienen miedo por si no han vivido la vida que tenían pensada, a echar la vista atrás y no haber cumplido su lista de objetivos, a no ver crecer a sus nietos, a quedarse solos o a abandonar este mundo el día menos esperado.  Incluso las personas que parecen ser las más fuertes exteriormente, las que nada ni nadie pueden con ellas, son también las más débiles. Crean su propio escudo contra este mundo que es, a la misma vez, nuestro mejor amigo y nuestro peor enemigo, porque hace que todo parezca de lo más fácil y maravilloso, pero luego nos ataca por la espalda. A pesar de todo esto, es mejor olvidar tus miedos y dejar de pensar en “¿y si lo hago que pasará? ¿Qué pensará? ¿Qué dirá? ¿Y si...?” Es mejor arrepentirse de lo que se hace que de lo que no se hizo, porque si no nunca sabrás qué hubiera ocurrido.  

Llegar a la meta.

  La vida nos pone obstáculos en el camino para que nosotros los superemos y logremos descubrir qué es lo que somos capaces de hacer por llegar a la meta.


El pasado ya no se puede cambiar. El futuro está aún por llegar.

    El pasado ya no se puede cambiar, hayas hecho cosas buenas o de las que te arrepientes, lo hecho, hecho está. A veces suceden cosas que no comprendemos y pensamos en las soluciones que podrían tener en el futuro, pero es imposible saber lo que va a pasar en él. Aún este mundo no ha avanzado tanto como para saberlo. No vale la pena gastar energía pensando en lo que pasará ni dentro de un mes, semanas, días u horas, porque puede ocurrir cualquier cosa. Sólo te tienes que preocupar únicamente cuando en ese día y a esa hora vayas a dar un paso adelante, a tomar la iniciativa y a acabar con lo que te atormenta, para encontrar una respuesta. Así que no pienses en el futuro. Aprovecha, soluciona y disfruta el presente.

sábado, 5 de octubre de 2013

La música está en cualquier parte.

 Una delicada melodía sonaba dentro de mí. Sólo yo podía escuchar aquel ritmo, perfectamente estudiado, para crearnos mil sensaciones diferentes. La música siempre está presente en todos los momentos de tu vida, aunque no seas consciente de ello. Está contigo cuando quieres estar sólo o acompañado. Está contigo cuando estás triste, regalándole a tus oídos las canciones más hermosas del mundo. Está y estará contigo siempre que la necesites. Si vas en un bus, sabes al instante quién va escuchando música y quién no. Lo sabes por pequeños detalles como, por ejemplo, un suave movimiento de cabeza, del pie, una sonrisa, por los recuerdos que le trae aquella vieja canción, o porque lleve auriculares. No hay nada mejor que aislarse del mundo por un momento y que tu única compañera sea la música, invitándote a disfrutar y a bailar con ella y, de vez en cuando, te sorprende con alguna canción que tenías olvidada, devolviéndole a tu memoria el momento vivido con aquella canción. Tienes la suerte de poder disfrutarla en conciertos, en la radio, los afortunados, a través de sus bonitas voces o en la calle. Gente que no tiene en su vida más que un instrumento creando, en aquel triste lugar, una dulce melodía, dedicada a esos espectadores pasajeros que andan apresurados, poniéndoles unos minutos de color a sus vidas, hasta que se alejan y ya no escuchan tan bellos sonidos, tocados cuidadosamente con sus dedos. Porque, realmente, un mundo sin música, no es un mundo completo.


Compañeros de aventuras.

 Este texto va dirigido a esas personas con las que compartes tus secretos, tus vivencias y miles de risas. Los amigos. Son aquellos que conoces desde alguna determinada fecha, por casualidad. Antes de conocerlos, los veías en algún lugar y nunca imaginarías, en aquel momento, lo importantes que llegarían a ser en tu futuro. Las amistades pueden ser de tu pueblo, de tu ciudad o de otra lejana. En esta última, te das cuenta del significado de ser amigos. Aunque no os veáis, siempre están dispuestos para ti, y tú para ellos, para darte consejos, apoyo y muchos  ánimos a través de las tecnologías. En estas, te fijas en ellos por la personalidad y, a pesar de la distancia, están contigo en cualquier minuto del día. La mayoría de la gente recuerda el inicio de esa gran amistad y ahí revives esas anécdotas inolvidables. Los momentos de risas, en los que os quedabais sin respiración y os caían escurridizas lágrimas por las mejillas. Los momentos tristes y difíciles, donde te dabas cuenta en quién podías confiar y quiénes eran tus verdaderos amigos, estando a tu lado siempre. Algunas personas se van pero, si lo hicieron, fue porque no eran tan buenos amigos como pensábamos. Por suerte, cuando menos te lo esperas, siempre entran en tu vida nuevas personas a las que, sin saber cómo, se les coge un cariño especial y ves que, con sólo mirarles, se quedarán contigo, haciéndose un enorme hueco en tu pequeño corazón. No importa en qué momento de tu vida lleguen sino que la amistad, entre estos compañeros de aventuras y tú, tenga la misma energía y fuerza como el primer día.


viernes, 4 de octubre de 2013

Un arrebato de valentía.

 Aquella noche era distinta a las demás. Había en el ambiente una mezcla de nervios, amor, euforia y una mente ruidosa, como tren que pasa por su vía a toda velocidad, al mismo ritmo que iba su corazón. Él había decidido escribirle una carta con su nombre y firma puesta en aquel papel, (ya que años atrás se había estado escondiendo tras el anonimato), a la mujer más hermosa que jamás había visto. Eran amigos desde el colegio, revelándose todos los secretos, ayudándose y estando el uno con el otro, en los momentos más duros. Era diferente a las demás chicas. Tan elegante y con un paso tan firme, que le llamó la atención al instante. Para él, ella no podía ser de este mundo, era como un arcoiris en medio de un cielo grisáceo. Echó a un lado los miedos, cogió, con la valentía que nunca tuvo, su mejor pluma y un papel a punto de ser escrito. Dejó reflejado en aquel simple papel, todos sus sentimientos al descubierto. Salió de su casa, dirigiéndose al buzón de la persona que amó en secreto desde el primer día. En cuanto echara ese sobre en su buzón, toda su vida cambiaría, daría un giro y, si tuviera suerte, su amor sería correspondido. Dos calles. Giro a la izquierda. Perros ladrando en la oscuridad. Una calle. Se encuentra enfrente de su casa. Coge el sobre y, de pronto, ve que ella se asoma a la ventana y le está sonriendo. Vuelven los miedos a perderla, los mismos temores del pasado. Se guarda velozmente la carta en el bolsillo de su viejo chaquetón y le devuelve la sonrisa pero, en el fondo, llena de tristeza. La saluda con una mano temblorosa y se marcha sin más. No mira atrás. Se siente roto y arrugado, como la carta que escribió minutos antes y que, ahora, se encuentra en una sucia papelera. Camina solitario, bajo la luz de las farolas, esperando tener en el futuro otro arrebato de valentía.


Héroes ocultos.

 Quiero hacer un reconocimiento a todas aquellas personas que, día tras día, luchan por salir adelante. Personas normales y corrientes, que trabajan diariamente para llevar dinero a casa y sacar a su familia hacia delante y, aún así, no reciben premio alguno o el mérito que se merecen. Tienen mil dificultades y tropiezos en su pedregoso camino, pero jamás se rinden. Por muy duro que sea todo, para ellos, ver a los de su alrededor felices, llevando una vida que muchos desearían (no una lujosa, sino una vida completa), les llena de orgullo y felicidad. Simples palabras como "gracias por todo lo que haces por nosotros" o "te quiero", son el combustible que los empujan cada día. Por eso mismo, yo los llamo "héroes ocultos", porque van disfrazados de personas normales. Son cada persona que ves por la calle, corriendo porque llega tarde, estresada, trabajando, no teniendo tiempo ni para comer o para dormir las horas necesarias. Todo con un fin; mejorar el entorno y la vida de sus seres queridos. Dan su último aliento por una simple sonrisa. Con estas palabras no se cambia nada, pero nunca viene mal agradecer todo el esfuerzo que realizan los héroes ocultos, a nuestro alrededor. Porque vosotros hacéis que todo sea posible.

jueves, 3 de octubre de 2013

Las arrugas más bellas del mundo.

 Quiero dedicarles unas pequeñas palabras a las personas más grandes del mundo, los abuelos. Podría escribir un texto infinito sobre ellos, porque se merecen muchísimo. Son esas personas que siempre han estado contigo durante toda tu infancia, tanto en los buenos como en los malos momentos y, en estos últimos, era cuando más te apoyaban, estando a tu lado siempre, cuidándote. Tenían sus pequeños detalles como, por ejemplo, darte dinero a escondidas, decirte que no había nadie más bello que tú, llamarte con el nombre de todos los miembros de tu familia, menos el tuyo, darte sonoros besos en las mejillas y que todo lo que escribías o dibujabas era precioso (aunque fuera un garabato). Ellos hacían que las arrugas fueran la cosa más bella del mundo y, tras ellas, mil historias vividas y contadas a sus queridos nietos, haciéndote ver que nada ni nadie podría superarlos ni derrotarlos, pero la realidad era distinta. Hablo en pasado porque, por desgracia, ya no me quedan abuelos en este mundo que nos da mucho y, a la vez, nos quita. Por eso, a los afortunados que aún conserven a esas personas ejemplares, cuídenlas como lo han hecho con nosotros, durante su larga y dura vida.


Pasado, presente y futuro.

 Cuando pasamos por una mala racha, parece que la luz no va a llegar, nos ahogamos y queremos salir a respirar. Cuando pensamos que una cosa será así, sale de diferente manera, para bien o para mal. Esa es la gracia de la vida, la improvisación. Cuando el tiempo ha pasado, pensamos en cómo estábamos antes y sonreímos por cómo estamos ahora, porque es curioso ver cómo y de qué manera se han solucionado los problemas del pasado en el presente. Cuando por fin llega la calma y todo nos va a las mil maravillas, sentimos miedo por el momento en el que se equilibre la balanza de la buena y la mala suerte. Por eso mismo, hay que disfrutar y aprovechar al máximo cada momento de felicidad, para tener energías y estar preparados para lo que se nos presente.

El último adiós.

 Es muy duro pronunciar una corta y simple palabra: adiós. Es aún más dolorosa cuando sabes que, hagas lo que hagas, digas lo que digas o llores lo que llores, esa persona no volverá. No porque haya viajado a otro país o continente, sino porque lo ha hecho a otro mundo muy lejano al nuestro. Un viaje con demasiadas turbulencias, lluvias tras de sí y días grises. En esos momentos no ves ni un arcoiris, ni un simple rayo de sol y, ni mucho menos, una sonrisa. Como alguien me dijo alguna vez, nadie muere completamente mientras permanezca vivo en el recuerdo de una persona. Te arrepientes por no haberle dicho todo lo que le tenías que decir, por haber actuado de una manera y no de otra, por no haber sabido valorar cada momento a su lado. Mil cosas del pasado que ya no tienen solución en el futuro. Por lo cual, debes darles a todas las personas la gran importancia que se merecen. Porque nunca sabemos cuándo será el último adiós. Por eso o, por lo tanto, diré: hasta pronto.



Siempre volveremos a ser niños.

  Hoy he estado en un lugar que me trae muchos recuerdos. Aquel donde los niños juegan, corren, ríen o lloran porque se han caído, mientras sus madres los observan, participan con ellos en juegos o les regañan por subirse a un columpio demasiado alto, aunque sonríen porque en el fondo son lo que son, niños. Aquella dulce y pequeña inocencia en cada uno de ellos. Yo ya pasé esa maravillosa etapa. Ha habido en mi vida mil momentos diferentes y, a la vez, inolvidables. Cada uno con sus sonrisas o sus llantos, pero siempre rodeada de la mejor compañía. Ahora estoy sentada en un viejo banco, escuchando una dulce y cálida melodía a través de auriculares, reflexionando sobre la vida, mi vida. Deseando volver a esa inocente edad que se muestra ante mí y me hace sonreír. En cambio, la vida nunca se detiene y siempre nos prepara un día nuevo e improvisado. Observo a personas de todas las edades: niños, padres y parejas de ancianos que, tras tantos años juntos, nunca pierden ese espíritu joven y aventurero que llevan dentro. Lo más importante de todo, no es la edad que tengamos ni la etapa en la que nos encontremos, sino todo lo que hemos vivido y lo que nos queda por vivir. Hoy he estado en un lugar donde siempre volveremos a ser niños.